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domingo, 12 de abril de 2015

Los hechos del 11, 12 y 13 de abril de 2002 desde la visión de una periodista


Corrían los días de abril del año 2002, para Nerliny Caruci una reconocida periodista los hechos de ese año marcarían su futuro profesional y su visión del país.
Los hechos del 11, 12 y 13 de abril de 2002 nos sorprendieron a todos, hemos visto las reacciones desde distintos ángulos de todos los participantes de estos hechos. Pero qué tendría que contarnos una periodista que, si bien no estuvo en ninguno de los acontecimientos, estos hechos le marcaron su visión del país, y su futuro profesional.
Conversamos con Nerliny Caruci, periodista, especialista en la construcción de discursos y excelente analista, y esto nos pudo decir.
¿Cómo la marcaron los hechos del 11, 12 y 13 de abril, en su decisión profesional y su visión del país?
Abril del año 2002 marcó en mi vida una perspectiva crítica del periodismo y de los procesos que viven nuestros pueblos. Ese mes empecé a descubrir cuán engañada había vivido: cómo las élites te roban tu historia con la historiografía obligada que te comparten en las escuelas; cómo las grandes corporaciones mediáticas terminan desviando la atención de lo que es verdadera importante; cómo alguna gente que se hace llamar periodista, con la mayor crudeza, transgrede la ética comunicacional para crear realidades artificiales.
Yo recién había cruzado la línea de los 20 años, y estudiaba Comunicación Social en la frontera colombo-venezolana: allá, lo que recibimos del 11 de abril, de una larga fila de medios venezolanos y extranjeros, fueron engaños y montajes. Primero, la manipulación: que Chávez había mandado a matar a la gente en Puente Llaguno, que Chávez había renunciado, que era el pueblo el que había sacado a Chávez. Después, vino el silencio, dirigido a invisibilizar las manifestaciones del pueblo revolucionario que exigía: “¡Devuélvannos a Chávez!”. Al intencional silencio, lo acompañó un chaparrón de distracciones: nunca olvidaré que mientras un grupo de francotiradores, pagado por líderes de la oposición, disparaban contra la manifestación pacífica en Puente Llaguno, varios canales de televisión nacionales pasaban comiquitas. ¡Cuánta miseria e irresponsabilidad! ¿La trampa? Poder preparar el montaje y acusar de los homicidios al presidente Chávez. 

Era el mismo libreto de otros golpes de Estado perpetrados en América Latina, con el apoyo de los EE. UU. —eso lo indagué en la historia, días más tarde—
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Hace 13 años, entendí que muchas veces nos equivocamos: que hay vigas que se esconden tras la fachada de la “opinión pública”, que la opinión pública no siempre es igual a la opinión publicada.
Pero, en medio de tanta decepción, también aprendí que sí se puede hacer un periodismo diferente, desobediente a los intereses hegemónicos: en medio de la adulteración mediática definida por las convenientes reglas del capital, puede emerger un periodismo comunitario, alternativo, responsable. El 12 de abril, en Venezuela, se disparó la radio bemba, el pueblo tomó la palabra e hizo que los grandes medios perdieran el poder: perdieran credibilidad. Incluso, hubo medios privados, como la radio Fe y Alegría, que se arriesgaron a decir la noticia disonante: “Chávez está secuestrado”.

             Mi decisión fue convertirme en una periodista responsable y crítica, y no dejarme domesticar por intereses de terceros. Por eso, me especialicé en Análisis del Discurso y en Psicología Social.
 
Como periodistas, tenemos el compromiso ético de saber por qué algunos actúan de una manera, y por qué otros lo hacen distinto; con qué intereses estamos comprometidos, en la universidad y en el ejercicio cotidiano; qué tanto reconocemos las aristas hirientes de nuestra historia.
Estoy convencida de que el periodismo debe reivindicar la dignidad de los pueblos, sin satanizar ninguna de las voces. Tenemos la responsabilidad de cuestionar y cuestionarnos; de problematizar no solo las cosas que se dicen, sino también aquellas que nunca se dicen. Por encima de todo, nuestro compromiso debe ser con la patria.
Una parte importante del esfuerzo debe estar orientado a hacer una revolución comunicacional que alimente una revolución cultural. Ese aprendizaje me ha llevado a no temerle a la crítica o la autocrítica, y eso se refleja en mis creaciones periodísticas y académicas. En mi opinión, tenemos mucho camino por recorrer para configurar prácticas comunicacionales emancipadoras en Venezuela.
El periodismo venezolano no ha querido entrar en los cauces de la ética de la dignidad. Las irresponsabilidades no son exclusivas de un solo color. En la mayoría de los medios privados, se mantiene viva la maquinaria de guerra psicológica activada desde antes de 2002: la manipulación y el silencio siguen en la agenda mediática de la derecha. Con respecto a los medios del Estado, el propio Chávez alertaba, en su Golpe de Timón, sobre cuán deficiente es el Sistema Nacional de Medios Públicos: medios públicos sin público, vocerías que no tienen nada que decirle al país, censura de la crítica, ausencia de investigación y creatividad. Es una espiral de pobreza intelectual e irrespeto. Es urgente y necesario recuperar la mística del periodismo, elevar los niveles de debate y pensamiento crítico para avanzar a una sociedad más digna, más justa y más feliz.
¿Por qué cree que el pueblo jugó un papel tan fundamental en estos hechos, a diferencia de otros en nuestra historia?
Porque, había mayor conciencia política en los venezolanos. No habían pasado 24 horas del golpe de Estado, y la gente chavista estaba en la calle pidiendo que regresa el Presidente. En 2002, se hablaba que Chávez tenía más de 70 % de respaldo popular. La gente que había votado por Chávez se sintió irrespetada. Por eso, salió a la calle dispuesta a todo. ¡Claro, la acción de los golpistas fue muy torpe!, absolutamente dictatorial. Incluso, hubo gente de la oposición que decía: “Nosotros queríamos que Chávez dejara de gobernar, pero esta no era la manera”. De modo que, había un alto nivel de descontento y rechazo hacia los golpistas.
Otro vector a considerar es que se trató de un golpe de grandes empresarios, de generales y de obispos, que no tenía el apoyo de la base de ninguno de esos grupos sociales. Era un Golpe perpetrado por fieles representantes de la burguesía y algunas personas de la clase media que querían recuperar privilegios económicos y el poder político. La fotografía que la gente construía era: un grupo de ricos saca a los pobres del poder. Porque, Chávez era eso: ¡un hombre de pueblo! Chávez tenía una fuerte conexión emocional con la mayoría de los venezolanos.
¿Cuál es la diferencia? Que, en abril de 2002, el pueblo se movió por ese Chávez que era uno de ellos. La gente se fue a la calle en solidaridad con el hombre, el Presidente, que había convertido a los pobres en protagonistas. Era un Golpe contra el pueblo: les habían secuestrado la esperanza, el sueño de Bolívar. Para los pobres, perder a Chávez era perder la posibilidad de liberarse, perder el sueño de realizar muchas aspiraciones, perder esa posibilidad real de cambio social que empezó a tener rostro desde 1999. Chávez era el futuro para los pobres y, también, la prueba de que sí se podía construir una Venezuela distinta a la Venezuela explotada y maltratada por los gobiernos adecos-copeyanos, durante 40 años. Si Chávez no volvía significaba regresar a la Venezuela de las cúpulas podridas. El amor, la esperanza y la conciencia fueron la fuerza de ese pueblo que devolvió el hilo constitucional.
¿Cuál sería el escenario que usted imaginaría como periodista de nuestro país si Carmona se hubiera quedado y Chávez nunca hubiera regresado?
Para que ese escenario se hubiera dado, los golpistas tenían que haber hecho las cosas de manera distinta. Pero, en el supuesto negado que Chávez no hubiera regresado, se habría desarrollado una escalada de violencia atroz: desapariciones, mortandad, violación masiva a los derechos humanos por parte del Gobierno de facto; también, se habría conformado un movimiento de guerrilleros de izquierda y, seguramente, un escenario de guerra civil como en Colombia. En el área de la comunicación, tendríamos un acuerdo de élites para que todos los medios fomentaran la construcción de imaginarios según los intereses de los golpistas. Así, cualquier medio disidente hubiera quedado fuera de circulación, y ni hablar de los medios comunitarios. 
N24

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