Una catástrofe
política que llegó luego de demasiadas advertencias.- Hubo demasiadas
advertencias, luces de alerta, señales de alarma. Algunos de los líderes
de la Revolución habían expresado su convicción de que era necesario
rectificar sin más demoras. El presidente Maduro intentó tomar medidas
para hacer realidad el golpe de timón declarado por el comandante Chávez
en octubre de 2012, en una de sus últimas figuraciones públicas. Pero
es obvio que el objetivo no se ha logrado.
El chavismo llegó a las elecciones
parlamentarias luego de casi tres años de guerra sin cuartel, desde los
días de la arrechera descargada hasta el actual sabotaje económico,
pasando por los tiempos de la guarimba. El desgaste causado por ese
conflicto pertinaz es una de las causas de la debacle experimentada el
6D. Son “logros” de una oposición sin escrúpulos, dispuesta a todo,
guapa y apoyada por las fuerzas hegemónicas mundiales. Sin embargo, es
evidente que en situaciones similares, las fuerzas revolucionarias
habían logrado sobreponerse, alcanzar victorias heroicas. En cambio,
esta vez no se pudo. Otros factores hicieron una mella aun más profunda
que la guerra económica, entre ellos la percepción generalizada de que
se han cometido graves errores y se ha incurrido en inocultables
omisiones, especialmente en el campo de la lucha contra la corrupción.
Los resultados no significan,
formalmente, el fin del gobierno revolucionario, pero es previsible que
una oposición sedienta de poder, tras 17 años desplazada (menos las 47
horas de gobierno carmoniaco en 2002), quiera precipitar los cambios.
Tal vez ahora apueste por el referendo revocatorio en 2016 o quizá
intente encontrar otros atajos, constitucionales o no, amparada en la
mayoría que ha alcanzado en la votación popular. En cualquier caso,
vienen tiempos duros, de agudización del conflicto económico, de
intensificación del sabotaje a la gestión y de traiciones típicas de
tiempos de crisis. Que nadie se engañe sobre eso.
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