En
Venezuela han ocurrido dos fracturas culturales: la llegada de los
europeos en 1492, signada en primera instancia por el vil asesinato de
los que aquí habitaban y el despojo de su existencia material y
espiritual, es decir, de su cultura; la instauración y práctica de la
cultura guerrera europea con todas sus consecuencias esclavistas, que
dura alrededor de trescientos años, matizada por una guerra de
independencia que si bien regó la tierra con sangre propia y de
extraños, no es menos cierto que aquella prestó un gran servicio a
Europa y a sus dueños, que les permitió librarse y aclarar el panorama.
En un segundo momento de esa primera fractura en el siglo XIX, se
pusieron en práctica las nuevas ideas liberales y humanistas que
impusieron en el mundo, inventando al esclavo moderno sustentado en el
eufemismo de la libre venta de la mano de obra.
En un tercer momento, que inicia en 1908, se lleva a cabo toda la
imposición cultural de Estados Unidos sustentado en la fuerza militar,
buscando expandirse en todo el territorio, copando todo, basándose en la
explotación del petróleo y otros minerales estratégicos. Esta tercera
fase dura hasta 1989, cuando irrumpimos como posibles protagonistas de
la historia, aún sin saberlo.
La segunda fractura ocurre en 1989, punto de quiebre profundo en la
sociedad venezolana, pero también para el mundo capitalista humanista,
porque es la llave, la grieta profunda por donde hace aguas el sistema y
que poco a poco va influyendo en todos los pobres del planeta, como un
producto más de las contradicciones propias del capitalismo.
Creación de una mina
Venezuela hasta 1989 fue la historia de Europa y Estados Unidos; una
mina, y nosotros mineros que ocupamos diversos sitios dentro del esquema
mundial del capitalismo; somos indios, negros, añil, cuero, caña,
cacao, café, oro, diamante, caucho, petróleo, coltán; inclúyanse los
contrabandos de toda la vida, los empréstitos o endeudamientos, todas
las guerras y guerritas ocurridas en el territorio, sean civiles o
militares, largas o cortas, ficticias o reales. Todo eso obedeció a la
historia del pensamiento, diseño, construcción, desarrollo y declive del
capitalismo, que es la historia de Europa y Estados Unidos en estas
tierras.
A partir de 1989 podemos decir que empieza nuestra real historia (la
de los pobres), porque la historia de los pueblos es la que los pueblos
deciden, no la que otros obligan.
Pero la teoría que se nos impone es que hay historias particulares de
los pueblos, como si el capitalismo permitiera que cada pueblo
conservara particularidades de sus culturas y no una sola cultura que se
nos impone a todos, que absorbe todo, como si Venezuela tuviera su
propia historia, el otro tiene otra. ¡No! Colombia tiene la misma
historia, con sus características, pero es la misma historia, con la
diferencia de que no todos jugamos el mismo papel en este teatro de
dueños y esclavos. El humanismo, el capitalismo, tienen la misma
historia en todos lados, lo único diferente son sus particularidades y
características geográficas, climáticas, de tiempo, espacio, materia
prima y dueños que procesan la materia prima y se apropian del producto,
de esclavos así o asao. Pero el plan del humanismo en todo este planeta
obedece a lo mismo: sometimiento y saqueo para acumular la riqueza que
les permita evitar el hambre, el miedo y la ignorancia que tanto temen;
justificándose en grandes fines y bolserías ideológicas, desde las
religiosas, las artes y las ciencias humanas, sociales, filantrópicas.
Aprender de la historia
Hacia 1970 el movimiento de izquierda internacional, pro socialista,
comunista, sufrió una derrota terrible: la de la idea del socialismo,
del comunismo. La URSS se enmarcó en un viraje pleno al capitalismo. Ese
proceso de derrota, cansancio y agotamiento de un tiempo histórico, que
es la confrontación entre comunismo ideológico y capitalismo real (e
ideológico), es sólo un ajuste de cuentas que termina ganando el
capitalismo. Recordemos que el comunismo, el anarquismo, el utopismo, el
capitalismo, vienen de la misma raíz, que es el humanismo. Todos buscan
salvar, todos buscan el progreso, todos buscan la civilización, el
desarrollo, el crecimiento económico, todos buscan lo mismo.
No hay una diferenciación radical entre comunismo y capitalismo
porque parten de una misma raíz. Bajo la razón de Marx es que los
comunistas tienen más claridad de que el mundo está jodido y que el
capitalismo es un monstruo que les estaba cagando la vida. Esa es la
única diferencia. Todos esos países: Rusia, China, Cuba, Vietnam, todos
terminaron bajo la égida del capitalismo. Pero aunque sea así, tienen
estos pueblos un dato ético: practicaron la solidaridad, el
internacionalismo proletario, peleando por la revolución mundial,
dejándonos muchos datos desde su experiencia para el análisis de lo que
debemos hacer. El aporte de millones de pobres a la lucha por salir del
capitalismo es invaluable, la lucha de estos pueblos nos dejó claves que
aún están por estudiarse. Por tanto, no es una condena a esos países,
ni a sus pueblos, ni a sus líderes; de lo que se trata es de comprender
los tiempos históricos por los que se da o se deja de dar una
revolución, y las raíces conceptuales en que hemos estado enmarcados
siempre y que no hemos podido trascender.
En 1989 el capitalismo ya era dueño del mercado ruso y luego del
chino. Entonces, se cumplió la máxima de Sun Tzu: tomadas todas las
fronteras, el imperio empieza su declive, el imperio es su propio
enemigo, todos estamos dentro.
El Estado: una molestia para los dueños
Mucho antes de eso comienzan los planes para eliminar los Estados,
quedándose con lo imprescindible para los dueños (los ejércitos), pero
no ya como defensores de patrias y naciones sino como aparato de
seguridad y represión y como mecanismos de representación diplomática.
El Estado que ellos mismos crearon siempre fue una espina en el zapato
del capitalismo, porque la añoranza de todo humanista dueño es disfrutar
de la libertad absoluta, cosa que el Estado le limita con sus leyes, le
pone trabas para la acumulación de monopolios. Por eso necesitan
deshacerse del Estado. Los dueños hicieron un ensayo en 1973 en Chile,
con Pinochet. Y lograron privatizarlo. ¿Qué les costó a los chilenos?
Una dictadura terrible. No se han podido recuperar. El miedo, el terror
es arrecho. Lograr eso en los pueblos es un gran objetivo de toda su
jugada.
No es casualidad la masacre que siguió a nuestra acción en 1989, una
voluntad por restaurar el respeto a la propiedad privada se hizo
metralla constante y sonante. Todo como parte de un plan para
avergonzar, aterrorizar la legítima arrechera y que generara, a su vez,
la sensación en todos nosotros de que el Gobierno es el coño e madre, la
Guardia Nacional, el ministro tal, el funcionario aquel, desdibujando a
los responsables del circo (los dueños), y hundiendo aún más la figura
del Estado.
Por eso, cuando piensan eliminar los Estados piensan desaparecer
también un peligro latente, porque cualquier pueblo desprendido del
miedo y, además, que busque tomar las riendas del Gobierno, puede
convertirse en un monstruo para ellos y sus planes.
La intención era y es generar un quiebre de los resortes éticos
dentro de la sociedad, minando y mermando en la sociedad la credibilidad
en el Estado. Pero una cosa es lo que piensa el burro y otra el que
arriba lo arrea. El capitalismo pensaba que eso de eliminar los Estados
era fácil.
El humanismo, ese cadáver insepulto
1989 no es la toma de La Bastilla, ni el alzamiento en 1905 en San
Petersburgo. 1989 no es ese cinemascope, esa magnificencia, que termina
por justificar que sí, que el pueblo está ahí para la puesta en escena,
como un extra más.
Ahí estábamos como pueblo, riendo, arrechos, en Guarenas, en Caracas,
en Valencia, en Guatire, en La Vega, en Maracay, ahí estuvimos,
rasgando el pesado velo de la historia, descubriendo la gran tragedia
que habíamos sido, inaugurando un hecho colectivo (haciendo la historia,
como dice Alí), que veintiséis años después todavía estamos procesando
sus claves. Los saqueos sólo fueron hechos secundarios con respecto a lo
que realmente sucedió. Que nuestra historia se encargue honestamente de
escribirla. Hablan de crímenes, robos, violencia, muertos, todo ello
aderezo del morbo periodístico que aumentó las ganancias de los dueños
durante esos días. Pero es que la historia de nosotros los pobres no es
una historia rosa.
1989 es la purulencia que, al estallar el enorme quiste humanista,
mancha las pulidas vidrieras y hace que todo el mundo se percate de que
el enfermo ya va para cadáver.
El humanismo, ese compendio de tragedias, está enfermo y no quiere
ser curado, teme ser tocado, desnudado, teme que se sepa que sólo fue
una ilusión de circo para las grandes mayorías esclavizadas, cree que su
única salvación es el control absoluto de lo existente y todo el que
toque su propiedad o la cuestione es hombre muerto.
Pero sobre qué lo genera y sus consecuencias, lo verdaderamente
importante de esos hechos, a nadie importa más que a nosotros mismos
como pueblo y gobierno en el marco de una revolución. Los fósiles
analistas no se dan cuenta de que ya el saqueo es una vaina sin
importancia, las anécdotas de los saqueos y los muertos y los materiales
audiovisuales, pura estadística. Qué trae esa vaina como consecuencia
es lo que hay que ver. El Chávez con su 4F y su “por ahora”. Y una
ristra más de hechos históricos que cada día agrandan la grieta del
sistema por morir.
Nuestro momento
Ya en 16 años han ocurrido 19 elecciones. Cada elección significa un
botín menos que tiene la burguesía, no es cualquier vaina. Antes ya todo
estaba repartido y controlado. Hoy no, y por eso estamos en medio de
una guerra. Era de esperarse.
El gobierno, en plena guerra incluso, nos permite pensar y
planificar. Entre pedigüeñar y pensar debemos, como clase, escoger
pensar. Ni Maduro ni sus ministros han dado una sola declaración que nos
haga sospechar que van a cambiar el rumbo de este proceso. Por el
contrario, están profundizándolo, porque tiene que ocurrir el siguiente
plano de la revolución. Éste tiene que cambiar. Porque si no
involuciona.
1989 es un quiebre entre una vieja manera de hacer política, de
practicar la economía, de invisibilizar a un pueblo, y el nacimiento
posible de otra sociedad, de otra cultura, que puede durar siglos.
Tienen que desaparecer maneras, usos y costumbres que se siguen
practicando.
Generar nuestro propio pensamiento
Lo significativo de estas conversas está en que buscamos teorizar y
colocar la acción de 1989 en su exacta dimensión histórica porque hay
una intencionalidad de cierta intelectualidad de hacer desaparecer su
importancia.
Ya sabemos definitivamente que los intelectuales de la clase media no
van a dar ese salto. No tienen capacidad, están esperando que aparezca
un predestinado en Europa que les diga qué coño hay que hacer, eso es lo
que están esperando. Lo que no saben es que ahí ya hace mucho murió el
pensamiento.
No vemos a ningún ilustrado izquierdista de la culturosa santísima
intelectualidad de las bellas artes produciendo ni un solo concepto
filosófico. No vemos a los tipos tratando de diseñar política. Todas sus
columnas son para criticar o ensalzar al Gobierno, o reflejando los
miedos propios de la clase media. Que si “cuidado, nos van a coger por
aquí”. “Cuidado, que por allá vienen los burgueses”. “Cuidado, mira lo
que dijo Maduro”. “Exigimos esto”. “La vaina es por aquí, Nicolás”.
No pueden producir pensamiento. A pesar de su mucha sabiduría, o por
ella misma, están incapacitados, porque ellos aprendieron a funcionar
según la intelectualidad europea que era la que dictaba pauta. Todo
dirigente de izquierda esperaba que hablaran en Europa para hablar
ellos. Lo que escribió Teodoro son copias de libros que se escribieron
en Europa. Iban todos pallá a buscar líneas. ¿Cuál es su problema con
esta revolución? Que los tipos no entienden. Y en Europa no hay quién
diga, ni quién plantee algo genuino.
Los intelectuales honestos, en cambio, siempre han esgrimido que son
los pueblos quienes hacemos la historia. Y la historia no es una vaina
bonita. Tumultos, masacres, degollaos, fusilamientos, ahorcamientos,
sangre, vómito, llanto, moco, mierda. Es terrible cómo se hace la
historia hasta este momento. Son los dueños arreando esclavos-soldados,
para mantenerse por encima de otros dueños y de vez en cuando las
insurrecciones de esclavos, muchas veces azuzadas por los dueños, para
apropiarse de la hacienda-fábrica de otros dueños. Por eso, a la hora de
sus resultados, la historia oficial tiene quien la dirige, seres
inmaculados, bien vestidos, con lenguaje floripondiado, no a pie,
siempre a caballos o en carros o aviones o barcos, con conocimientos
fuera de serie. Dioses. Hasta que los pueblos se desdibujan y nos
devuelven a la esclavitud de siempre. Si los pueblos nos damos cuenta de
la importancia de la fuerza que somos y nos organizamos como colectivo,
eso prendería un mariquerón que no se sabría hasta dónde podría llegar.
Dato de 1989: individualmente no somos nada
Como lo han dicho muchas veces Chávez, Maduro, Diosdado y todo el
directorio revolucionario: individualmente somos nada. Esa es la
importancia de validar 1989 como un punto de quiebre histórico de la
sociedad y del papel de los pueblos.
Se presenta entonces la posibilidad histórica de que los pobres
podamos dar al traste con todo ese pasado de sometimiento, robo y crimen
que ha sido la historia hasta este momento, eso pasa por comprender que
no sólo basta luchar por eliminar las condiciones de explotación sino
que también pasa por crear las bases materiales de la otra cultura,
desde su pensamiento, su diseño y su plan político.
Todos los políticos honestos han dicho bien de la acción de sus
pueblos. Lenin, Mao, Fidel. Si queremos conocer un planteamiento serio
sobre 1989, leamos lo que dijo Chávez sobre eso. Incluso a Maduro: le da
la importancia que tenemos como pueblo. Es más, dicen que sin 1989 no
hay manera de cambiar la historia de este pueblo. Quien hurgue en lo que
somos se va a dar cuenta de la importancia de esa vaina.
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