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miércoles, 28 de mayo de 2014

EL GRAN PROBLEMA

Editorial DEL ESPECTADOR DE COLOMBIA
26/05/2014




Decir que el abstencionismo ganó no es solamente una frase repetida en Colombia hasta el cansancio (nosotros los medios la multiplicamos cada que hay elecciones en Colombia), sino que es un contrasentido: nadie gana cuando la gente, por la razón que fuere, se niega a votar.
Nadie, aparte obviamente de quienes usan maquinarias nefastas para conseguir adeptos: los que compran votos, los que reparten promesas de cuotas burocráticas, los que amenazan con fusil en mano, los que regalan tamales y tejas para casas a granel.
Ellos se imponen por un amplio margen gracias, en gran parte, a esa mitad de votantes habilitados que no les importa o, peor, que creen desinteresadamente que su voto no pesa porque todo va a seguir igual. Y todo sigue igual, por supuesto. Pese a que el voto en blanco tuvo una recepción grande en esta primera vuelta presidencial, lo que primó fue, ante todo, la indiferencia. La poca importancia que tiene el destino de la patria. La gaseosa realidad nacional que al final poco o nada influye en los problemas locales.
El abstencionismo es un fiel espejo de lo que es Colombia: de la credibilidad que tiene el sistema democrático, de las falencias del Estado en cuanto al cumplimiento de sus deberes más fundamentales y de la resignación desbordada de la ciudadanía. Todo está ahí.
Muchos son los estudios que se han hecho para poder identificar este fenómeno y combatirlo: hay en los análisis desde estudios que culpan a la difícil geografía colombiana o a los cambios de clima que desincentivan a los pobladores de los municipios a asistir a las urnas. Puede ser. Está también, por supuesto, la protesta: así lo vimos en algunas poblaciones que, ante exigencias mínimas que el Estado ha incumplido, decidieron no salir a las urnas. Está además, como lo dijimos en este espacio el día de ayer, el posible castigo a una campaña que se caracterizó por los escándalos y la poca confrontación de las propuestas. Mucho de eso hay y explica la desidia.
Pero más allá de todas estas posibles causas está el fenómeno mismo y lo que significa y encarna: la poca legitimidad que tiene el sistema democrático representativo que es basado en elecciones. Y ahí todos somos culpables. El Estado ausente, por ejemplo, al que simplemente no se le cree: ¿a una persona de algún municipio altamente abstencionista le dará exactamente lo mismo que quede en la Presidencia Óscar Iván Zuluaga o Juan Manuel Santos? Es posible. Por eso es que hacemos un llamado a nuestros gobernantes para que piensen de forma consciente cuál es el país que quieren construir si en ciertos territorios la ciudadanía piensa que da lo mismo uno u otro. El abandono luce inexpugnable.
Culpable es, por supuesto, la sociedad misma, incapaz de generar por su propia cuenta una cohesión unificada de ideas, un debate del destino de la realidad nacional, una sanción que sea efectiva por medio del voto: mucho más poderoso que un paro, que una protesta, que unos mensajes furiosos en las redes sociales... El sufragio implica un poder. Una fracción de él, es cierto. Pero un actor inconmensurable si es usado de la manera correcta.
Con todo, queda muy mal que un Estado Social de Derecho siga su camino muy orondo sin hacer caso al gran problema que tiene entre manos: un sentido ciudadano destruido. Hay que hacer ciertos ajustes quirúrgicos en nuestro sistema, a ver si logramos activar los poderes ciudadanos por el bien de este país. Pero ya no más frases vacías y cajones llenos de humo para conformarse creyendo que se trata de algo natural.

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