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domingo, 24 de marzo de 2013

HACE 33 AÑOS ASESINARON A MONSEÑOR OSCAR ROMERO MIENTRAS OFICIABA UNA MISA EN A CAPILLA DE UN HOSPITAL



El mundo recuerda hoy con dolor dos el asesinato cobarde y despiadado de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez mientras oficiaba una eucaristía en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador.
El 24 de marzo de 1980, un francotirador disparó al corazón de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, momentos antes de la consagración, durante su acostumbrada homilía. El disparo mortal cegó la vida de quien fuera un defensor comprometido de las luchas por los derechos de los desprotegidos, los campesinos, los obreros y los más necesitados.
El Padre Romero fue el pastor de un pueblo oprimido y humillado, ejerció su ministerio sacerdotal como Arzobispo en San Salvador, en medio de la convulsión y la violencia de la guerra civil en El Salvador. Su voz se alzó en defensa de las víctimas y en contra de la represión a la sociedad civil, denunció abiertamente asesinatos y demás violaciones a los derechos humanos. Estas acciones le valieron la animadversión de los escuadrones de la muerte. Consciente de su rol el arzobispo sabía que podía morir.
Ofreció su vida al servicio de las reformas sociales, su frase célebre hoy decora murales y franelas en todo el mundo: “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño” . Es un icono latinoamericano de los derechos humanos, nominado al premio Nobel de la Paz en 1979, la iglesia católica lo reconoció como siervo de Dios, en Latinoamérica se le conoce como “San Romero de las Américas”.
Un día antes de su muerte, hizo un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño:
Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.

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