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lunes, 13 de enero de 2014

Ya no queremos ser el patio trasero

 
 
El patio trasero en Latinoamérica, en un pasado reciente, era el lugar donde la clase dominante escondía la basura, trastes viejos, y sus animales domésticos; donde vivían y trabajaban incomunicados los “criados”, para que el frente de la casa pudiera mantenerse impecable para orgullo del Patón.

Juan Carlos Zambrana Marchetti

Gran malestar causó en Latinoamérica que el Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, dijera en el Congreso de su país que Latinoamérica es “el patio trasero de Estados Unidos.” 
El comentario se agravó en el contexto de que Estados Unidos no había reconocido al gobierno constitucional de Nicolás Maduro electo en Venezuela, y que Kerry pidió un recuento de votos, o de lo contrario tendría que cuestionar seriamente los resultados electorales.  La reacción del presidente Boliviano Evo Morales fue instantánea, rechazando la alusión al “patio trasero” como una ofensa.
Sucede que la expresión es para los latinoamericanos lo que la palabra “n”, en el idioma Inglés, es para un afroamericano, o la palabra “m”, en el idioma castellano, es para el homosexual. Ofende no sólo por su intención de reducir y humillar; es un abuso psicológico que obliga a la víctima a hundirse nuevamente en una realidad adversa en la que vivió en tiempos pasados.  Al afroamericano le recuerda su esclavitud, al homosexual el tiempo en que era visto como una abominación, y a los latinoamericanos una pesadilla a la cual le resulta muy doloroso regresar.
La frase nos recuerda a los latinoamericanos la falsedad de la Doctrina Monroe en su pretensión de que Estados Unidos iba a proteger a Latinoamérica de los imperios europeos, porque no impidió las intervenciones de España en la República Dominicana, ni la de Francia en México, ni las de Gran Bretaña en las Islas Malvinas en 1833, o en Nicaragua y Guayana, o en Bolivia y Perú a través de Chile en la guerra del Pacifico, o la segunda a las Islas Malvinas en el año 1982 con el velado apoyo estadounidense.
Nos recuerda que Estados Unidos le añadió a su Doctrina Monroe el “Corolario Roosevelt”, con el cual se autorizó a intervenir militarmente en Latinoamérica a favor de los intereses de sus ciudadanos y corporaciones. De ese modo, “América para los americanos” pasó a ser “América para los norteamericanos”, y comenzó un período agresivo de intervención, a veces violenta y a veces velada, pero que en definitiva sometió al continente a políticas económicas abusivas que sólo favorecían a los intereses estadounidenses.
Latinoamérica recuerda que, cada vez que Estados Unidos le extendía una mano amiga, escondía en la otra un garrote para someterla. Durante la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roosevelt promocionó su política de “el buen vecino” para someter a Latinoamérica a su política de bloque, y para asegurarse sus recursos naturales. Alemania y Japón controlaban las materias primas del norte europeo y de Asia, y Estados Unidos necesitaba abastecer a su industria bélica en forma abundante e ininterrumpida con los recursos de Latinoamérica. La obligó en muchos casos a vender a precios reducidos.  Los indígenas que extrajeron esos recursos naturales fueron, en gran medida, los aliados estratégicos que le permitieron a Estados Unidos, ganar la guerra, convertirse en una potencia mundial, y con ello consolidar al hemisferio occidental como su área de influencia, o su “patio trasero”.
Esa dominación, después se ejerció a través del programa Punto IV del presidente Harry Truman, cuyas funciones civiles pasaron a luego a USAID. Dos programas mediante los cuales Estados Unidos extendió y sigue extendiendo su control con el pretexto de administrar la asistencia económica que sigue otorgando a los países del tercer mundo.  A partir del año 1969 Richard Nixon desató las horrendas masacres de las dictaduras militares de extrema derecha, y los crímenes del Plan Cóndor; luego en la década de los años ochenta y noventa se impuso el neoliberalismo económico que obligó a Latinoamérica a entregar sus recursos naturales y empresas productivas estatales a las corporaciones transnacionales, y le quitó al Estado su capacidad para cumplir su función social.
Más allá de los discursos en Washington, en sentido de que la política exterior de Estados Unidos es toda solidaridad y defensa de la libertad, la realidad es que ha sido bastante destructiva con Latinoamérica, un continente que, a pesar de todo, no odia a Estados Unidos, ni es anti-estadounidense, pero que sabe que esa es la versión de los republicanos para seguir justificando la intervención con nuevas excusas. Latinoamérica es simplemente antiimperialista, porque ha sido sometida y saqueada por el imperio español, luego por el británico; y después engañada por la hegemonía estadounidense que esconde su intervencionismo tras la máscara de ayuda humanitaria.
Latinoamérica no quiere ser ya el patio trasero de Estados Unidos por dos razones fundamentales. La primera es por lo sensible del concepto ya que el patio trasero en Latinoamérica, en un pasado reciente, era el lugar donde la clase dominante escondía la basura, trastes viejos, y sus animales domésticos; donde vivían y trabajaban incomunicados los “criados” --versión latina del esclavo--, para que el frente de la casa pudiera mantenerse impecable para orgullo del patrón.  La segunda razón, y la más importante es que, en lo político y en lo económico, la mayor parte del continente latinoamericano ha roto ya con el esquema de dependencia de Estados Unidos y no acepta más su dominación.
Sólo entendiendo correctamente el pasado, se puede entender la justicia de la propuesta del presidente Morales cuando dice “Queremos socios, no patrones.” Seamos socios y amigos, pero de verdad, y no sólo en los discursos políticos en Washington mientras se maniobra constantemente contra los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, que tienen todo el derecho de continuar alejándose de las políticas estadounidenses. Decir en pleno siglo XXI que Latinoamérica es el patio trasero de Estados Unidos, es un doble insulto, porque el concepto nos recuerda un pasado de sometimiento, saqueo, muerte, y explotación, y porque en la realidad desconoce la emancipación económica y política que ha logrado la región.
Me atrevería a decir que, si el Secretario de Estado entendiera toda la carga histórica, política, y psicológica que conlleva esa expresión, pediría una disculpa pública e instaría a su personal a desterrar para siempre ese insulto.  

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