Cuando la evolución natural del capitalismo y el sistema-mundo
desemboca en un desastre anunciado es imposible no analizar cómo
repercute en la forma de vivir y ver el mundo tal cual lo conocemos.
Venezuela, lastimosamente, está en el centro de esta batalla por el
imaginario y la mente humana. Pero no sólo le acontece a los venezolanos
sino a toda una especie.
Si a principio de año decíamos
que los cambios profundos ocurrían cuando el capitalismo hacía un
reajuste de salarios, es decir de mercancía humana, y costos, que
también son naturales, un poco más nos hace entender el momento actual
los siguientes datos sobre el rumbo inestable que está tomando el
sistema-mundo en los países centrales:
- Según lo que reseña el analista Jorge Castro, lejos de ser bolivariano o chavista, el ciclo de vida de un producto, es decir lo que dura entre que se presenta en el mercado y que su venta decrece, ha sido reducido de cinco años, durante el ciclo 1940-1970, a prácticamente la instantaneidad con la actual revolución tecnológica en curso. Esto, afirma, es lo que "acentúa la hiperactividad del auge de la competencia en Estados Unidos y el mundo al punto que el proceso de compras y fusiones de las grandes firmas globales es similar al de la década del 20 del siglo XX". Incluso las 500 mayores empresas del índice Standard and Poor's han hecho fusiones por 11 billones de dólares, un 46% del mercado total.
- Por lo que hoy si una empresa desea competir a nivel nacional y global tiene que ser lo más grande, integrada y eficiente posible, lo que explica que en muchas fusiones coludan en un mismo trust bancos, medios y el complejo industrial-militar para pensarse como corporaciones desplegadas alrededor del mundo, donde en su división del trabajo se encuentren países maquilas, minas e industriales.
- Sin embargo, esta disminución de la vida del ciclo de un producto genera una constante necesidad de concentrar y reducir costos, y por consecuencia la destrucción de consumidores por el simple hecho de bajarle el precio de lo que valen como mercancía. Así, por ejemplo, el salario mínimo en Estados Unidos es tan sólo de $7,25, es pagado en un 60% por las 20 empresas más grandes de Estados Unidos y está por debajo de 1968.
Hace un tiempo, para correr la arruga, el capitalismo y la
globalización han inyectado un constante espíritu al corporativismo a
través de la especulación financiera, lo que hoy tiene al mundo
occidental al borde de un nuevo quiebre financiero similar al de 2008, y
una constante canibalización intra-corporativa para sostener y ampliar
su porción de mercado. Como consecuencia de esto, la forma de vivir de
la especie se está modificando al mismo ritmo.
La repercusión en América Latina, la masificación de un imaginario
Esta fase, que aunque los tecnócratas califican de irracional, es la
evolución natural del sistema-mundo, y es lo que hace que detrás de cada
guerra, conflicto y asedio sobre un Estado haya un bien planificado
despliegue de una corporación en una estrategia regional y global,
pensada y reflejada por sus think-tanks y medios de comunicación dominantes.
Es lo que explica el auge de asedios en América Latina por parte de
corporaciones petroleras, mineras, bancos e industrias de Occidente,
mediante una estrategia que bien pensada conoce que con el auge de la
instantaneidad se da un aplanamiento cultural y acceso nebuloso al
mercado global por parte de consumidores locales de una periferia que
nunca tendrá acceso masivo a éste, y mucho menos en el momento actual.
Entonces si analizamos el remix de Guerra No Convencional, asedio financiero y poder inteligente (smart power)
de Estados Unidos, como instrumentos de poder de corporaciones, el
principal vector en el que se basa es en la proyección y masificación de
un imaginario basado en el progreso personal y el bachaquerismo a todo
nivel como única manera para subsistir y acceder a todos los bienes y
servicios con los que la propaganda global nos estimula y frusta al
mismo tiempo.
La reconfiguración del poder global debe servir para mostrar al enemigo como es
Esta calle del medio de la guerra posmoderna es lo que se ve, por
ejemplo, en lo que representa Lorenzo Mendoza como bachaquero mayor. Y
muestra cómo la política tradicional, sus soportes de sistema político,
jurídico, financiero y teórico se vuelven trizas ante el hecho de que la
intermediación entre consumidor y producto se acorta, como la
credibilidad de los políticos a los que se culpa por no resguardar los
salarios ante la creciente desigualdad y el ajuste en marcha llevado a
cabo por la evolución actual del sistema-mundo.
Precisamente, los operadores más efectivos para vulgarizar esta idea
en Argentina y quebrar al país desde dentro no fueron los políticos
tradicionales, ni sus formadores de opinión, sino precisamente los
miembros de la farándula televisiva, quizás el soporte más efectivo de
la propaganda del macrismo. La misma que se proyecta en Venezuela con la
figura de Nacho y demás satélites.
El caso venezolano
Lo antes citado, que a veces tiene nombre y apellido pero es la
evolución natural del sistema, revela que en la época de la trituradura
de la política tradicional, de reconfiguración a gran escala de la
división internacional del trabajo, y de la instalación de un sentido
común aplanado y zombificado sobre los problemas reales de la especie,
no se puede proyectar una estabilidad donde no la hay y es más
pertinente utilizar la disputa política, de una manera adaptada a la
época, de una forma que identifique al chavismo como el protector del
salario de los venezolanos y latinoamericano.
Cualquier cosa que tienda a establecer una estabilidad sin costos,
sin identificar claramente a los enemigos, sin hablar con honestidad a
los hombres y mujeres de este país, sin demostrar el decir en el hacer,
abona el descreimiento a la política, a la desconexión con la realidad y
colabora con la estrategia del enemigo de aislar al chavismo e instalar
el imaginario Lorenzo Mendoza.
Y es que la recomposición del chavismo pasa más por entender con
pragmatismo cuáles son los símbolos que representan actualmente el
sentir venezolano en la práctica política, que por la apelación nada
ingenua a una administración adecuada y de diálogo entre venezolanos,
obviando la dinámica de poder interna y externa como si nada estuviese
pasando.
Porque, después de todo, parte de de la disputa por el imaginario, la
famosa guerra por conquistar las mentes, pasa también por desmitificar
al poder y reconocer que este es un momento histórico del capitalismo en
el que, descarnadamente, se está imponiendo una constante medición de
fuerzas entre aparatos de poder para la reconfiguración total del globo.
Precisamente no reconocer que en momentos excepcionales hay medidas
excepcionales es lo que, quizás, colabora a la confunsión sobre la
titánica tarea del directorio revolucionario para mantener la unidad
nacional y permitir, en lo que se puede, la discusión sobre otro modelo
de producción que saque a la especie del camino al abismo.
Lastimosamente no existe otra realidad que el entrompe por las buenas
o las malas, y la experiencia argentina, junto a la reciente derrota
boliviana, está demostrando que en la actual fase demencial no se están
imponiendo los mecanismos tradicionales, ni las apelaciones a un pasado
inmediato virtuoso, sino el poder duro y real junto a todos sus
mecanismos de extorsión económicos, militares y políticos suavizados por
la vía posmoderna y la homologación cultural.
No revertir y acelerar esos tiempos para que el enemigo salga de la
cueva y se muestre tal como es, significa entregarse sin dar pelea.
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