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domingo, 17 de marzo de 2019

Legado Chávez y organización: una crónica de política y sabotaje

Existen pocas (buenas) alternativas a las comiquitas gringas para que nuestros niños ilustren los infinitos cuentos reales y los inventados en el monte por los abuelos olvidados. Es decir, echar un cuento ahorita a punta de palabra y gestos y mantener la atención de los carajitos (y la propia) es una tarea inmensamente difícil cuando los aparatos electrónicos andan mandando esas adictivas imágenes y sonidos.
Por eso para mi hijo tengo una pequeña reserva dentro de una carpeta en la computadora para variar las dosis de Peppa y Pocoyó con historias menos embusteras y lejanas, más próximas y parecidas a lo que somos. De Venezuela sin embargo, solo los Cuentos del Arañero, una producción de apenas cuatro videos corticos sobre la vida de Hugo Chávez cuando era un muchachito en Sabaneta de Barinas, ha podido enganchar a ese guaricho.
No. No es una cuestión hiperideologizada que hace gritar "Chávez vive, la lucha sigue" a quien la vea. Habla sobre las cosas más sencillas que pueden imaginarse y que, por las coincidencias de la guerra, se están volviendo nuevamente rutinarias. Creo que por eso le gusta a mi hijo.
Él también tiene un abuelo que nació en Barinas, a quien ayuda a regar las matas de naranja recién sembradas en un patio que por casi dieciséis años fue puro polvo y piedras porque la flojera decía que esa era tierra mala. Su escuela es parecida a la de Hugo, con un patio grande donde las maestras pasan más tiempo ahora que en un salón, desde que la directora en un impulso culinario mandó a que los representantes trajeran semillas y aliños para que el arroz con caraota que entregan en el Programa de Alimentación Escolar a los niños del preescolar tuviera "gusto a bueno".
No come las famosas arañas que hace la abuela Rosa Inés en la comiquita, pero coinciden con los inventos de turrones que hago a base de papelón y la fruta que esté más barata en la bodega, opción para matar los antojos de chucherías marca Alfonzo Rivas que, siendo honesta, si tuviera el chance de comprar más a menudo, no existiría la coincidencia.
En uno de los capítulos, muestran cómo cada noche en el pueblo apagaban la planta eléctrica, haciendo antes dos avisos. Venía un primer apagón, luego otro, y al tercero se quedaban todos en la penumbra. Acto seguido, la abuela encendía las velas mientras los nietos esperaban los relatos de un tal Pedro Pérez Delgado.
Cuando se fue la luz ese jueves en la tarde, no hubo ningún aviso para nosotros. Las preocupaciones adultas de la primera noche estuvieron relacionadas a saber qué sucedió, qué tan grave fue y cuánto tiempo iba a durar, teniendo en cuenta que estos primeros tres meses del año no hemos parado de esquivar golpes de Estados Unidos.
El primer apagón alcanzó un día completo y parte de la madrugada sin mucha información precisa de lo que lo había causado. "Un ataque al Complejo Guri que ya está solucionándose en Caracas", alcanzamos a resumir el viernes en la noche después de la reunión con los vecinos en reunión del CLAP.
En la madrugada llegó la electricidad y duró toda la mañana, suficiente como para suponer que ya había sido controlada la situación, relajarse y no hacer ningún plan de contingencia.
Pero ya manejábamos un informe oficial del ataque: un daño inducido al sistema computarizado de la central hidroeléctrica afectó a todo el país. Despejada la incertidumbre sobre lo que sucedía y otra vez sin acceso a la electricidad por una recaída del sistema, tocó concentrar esfuerzos en revisar las reservas de agua y alimentos. Comida por dañarse fue cocinada y entre vecinos se hizo un cambalache improvisado de guisos para picar durante el día. A los muchachitos que andaban fuera de sus cuevas se les preparó una mermelada de plátano repartida en pedacitos de casabe.
El agua fue la aventura más extraña de toda la jornada sin luz. A "alguien" se le ocurrió que el edificio en construcción del frente debía tener ya hecho un pozo y una comisión fue a examinar las condiciones del lugar y del agua. Para llegar hasta el sitio, había que atravesar unos escombros y pasar a través de un hueco que hicieron para acceder al pozo.
Visto que el agua estaba aceptable, las calles se convirtieron en un desfile de carnaval: hombres, mujeres y adolescentes con tobos, potes de refrescos, ollas, coches viejos, carretillas, yendo al "aljibe" como me supo decir una vecina al encontrarme con ella y explicar de dónde regresaba.
El desmoronamiento de los temores fue lo que logró otra salida digna de los venezolanos
Esa misma tarde, una distribuidora de comida que quedaba cerca y tenía una planta eléctrica, coordinó con la Milicia Bolivariana para conseguir una manguera y prestar el servicio de agua de su reserva a la comunidad.
Escuché decir a Maduro, varios días después, que era admirable la conducta que tuvimos estos días de ataque a Venezuela. Evidentemente nos incomodaba no saber cuánto tiempo tendríamos que estar buscando agua de otros lados, o cómo resolver lo de la comida una vez que la falta de refrigeración artificial comenzara a hacer efecto.
Otra preocupación era la de personas con familiares enfermos que necesitaban atenciones especiales y medicamentos.
Resulta que a los miembros del CLAP nos mandan a revisar la "data" de nuestra comunidad más veces de lo que a mí me gustaría. Es agotador ir de puerta en puerta con carpetas y planillas a comprobar que los datos que tenemos de las familias estén correctos y, por supuesto, a escuchar las angustias individuales y la lista de recomendaciones (unas amables y otras muchas veces no) para el Gobierno.
De allí que tengamos un mapa bastante claro acerca de los vecinos del sector. Sabemos, por ejemplo, quién sufre de hipertensión o dibetes, quién tiene discapacidad motora, qué personas viven solas, cuántos niños y bebés recién nacidos hay, y cuántos adultos mayores. Además, tenemos los números celulares y teléfonos locales de todos.
Con esa información a la mano, era mucho más sencillo prever las posibles emergencias que podían presentarse en caso de que el corte de luz se extendiera por más tiempo y cómo actuar.
Pero el ánimo general no era de desesperación, a pesar de que buena parte del sector donde vivo sigue las órdenes del gobierno ficticio de Guaidó, el autoproclamado que decidió disparar los miedos de sus seguidores para convertir las calles en violencia y neutralizar la contraofensiva orgánica que estuvimos diseñando espontáneamente.
La convocatoria a manifestar se fue agotando progresivamente. La primera noche fue de media hora de cacerolas y la consigna contra Maduro de moda, que no tiene mención en este párrafo por lo poco creativa. La segunda fue una repetición de veinte minutos. La tercera noche, los mismos que se habían juntado por la rabia y el calor, colocaron unas antorchas improvisadas en varios puntos de la calle, sacaron sillas, mesas, y mientras los niños jugaban con las sombras que se formaban de la luz del fuego, los adultos jugaban partidas de dominó y lotería.
Allí se rindieron las pretensiones de caos y anarquía ante la parranda y el bochinche.
En la casa, nos preparábamos para apagar las velas cantando cumpleaños y disponernos a dormir cuando la inquietud de mi hijo detuvo el ritual. Estaba preocupado porque "el diablo andaba suelto".
Durante la tarde tuvo una rabieta por la falta de comiquitas, entonces le recordé la historia de Hugo y su abuela en las noches bajo las velas contando historias de sus antepasados. Pero en ese mismo capítulo hay una escena en la que Hugo está acostado asustado porque la abuela Rosa Inés le había advertido del diablo para que dejara de zumbarse por las matas.
Eso era lo que recordaba mi carajito de aquella animación y lo que impedía que se fuera a dormir tranquilo. Le expliqué que la abuela lanzó esa frase para aquietar a su nieto, que era demasiado inventor, y aunque no lo convencí del todo, tuvo la valentía de soplar las velas para quedar totalmente a oscuras.
No supe decirle que el diablo sí anda por ahí suelto, todo enclenque y molesto. Probablemente estará fastidiándonos un rato, pero esa no es razón para dejarse vencer por el miedo. Justamente el desmoronamiento de los temores fue lo que logró otra salida digna de los venezolanos. Esa guapura merece muchos más cuentos.

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