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domingo, 25 de noviembre de 2018

Radiografía migratoria: el extraño caso de Venezuela


Del esbozo hecho al perfil de los que componen las principales corrientes migratorias en las regiones de África y América Latina se saca una conclusión: la economía de libre comercio promueve la pauperización de los Estados periféricos, los conflictos interregionales que fraccionan el territorio y la acentuación de una estructura paralela, de contrabando, para adquirir sin mucho costo de inversión la materia prima con la que harán los productos que luego inundarán los mercados de esas localidades.
El común de los habitantes, sin posibilidad de contrarrestar esta transformación de la vida social, dispone su humanidad a transitar los caminos que la globalización le ofrece para sobrevivir a la lógica de la mercancía y el consumo. Venezuela, hoy, es un caso de estudio debido a la excepcionalidad que tiene en este patrón neoliberal.
Habría que iniciar diciendo que no existe en los antecedentes históricos del país un precedente destacado de movimientos migratorios fronteras afuera. Al contrario, en todo el siglo XX la tendencia fue de ser receptor de una variedad heterogénea de migrantes.
Inmigrantes europeros llegando a puerto la guaira en el gobierno de Marcoz Pérez Jimenez, fueron recibidos de la mejor manera como ningún otro país pueda recibir extranjeros que huyeron de las guerras
Por un lado, de las oleadas de migración europea que, atraídos por el auge petrolero y aupados por políticas migratorias flexibles (en la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se estableció la política estatal de "puertas abiertas" y la promulgación de la Ley de Naturalización).
Por otro lado, recibió a poblaciones del resto de la región con realidades específicas enmarcadas en la violencia política: a las corrientes migratorias colombianas, la población que huía de conflictos armados en Centroamérica, los refugiados de dictaduras en Chile, Argentina, Uruguay y Ecuador, así como de países caribeños en la misma condición (República Dominicana y Haití).
Además, otro grueso de los inmigrantes que reconfiguraron la demografía venezolana llegaron a recoger las sobras que el extractivismo petrolero regaba. La industrialización del país tenía suficiente plaza para aceptar la mano de obra barata que llegara.
En el breve lapso de quiebre de la abundancia en Venezuela, la adopción del paquete neoliberal y la respuesta del Caracazo, este flujo de entrada extranjera se revirtió para, a continuación, dar otro impulso con la instalación del gobierno del presidente Hugo Chávez.
Con un pacto social dirigido a la redistribución justa de la renta petrolera, el Estado venezolano dio espacio a que los venezolanos conocieran de beneficios que son, en términos globales, exclusivos de la ciudadanía consumista del Primer Mundo.
La mención de algunos de estos privilegios (reducción de la desnutrición, protección al trabajador asalariado, acceso gratuito a la educación en todos los niveles, salud pública, derecho a la vivienda, créditos para inversiones, equipos tecnológicos a bajo precio) puede bosquejar el alto perfil de consumo que se fue constituyendo en la población. Pero ninguno ilustra tan bien la inserción del pensamiento clase media como la cultura cadivera.
Ese hecho residual del comportamiento rentista que, en los momentos más altos de los precios petroleros, arropó a todos los estratos de la sociedad, fue el agente tóxico que agravó un sistema de pensamiento colectivo chavista (bastante prematuro) de arraigamiento con el territorio.
La migración venezolana post-sanciones financieras, de alta volatilidad en la población joven, debe tener en cuenta ese aspecto. El migrante que sale de las fronteras venezolanas tiene casi dos décadas sin participar en la lógica depredadora del capitalismo. Protegido por el Estado, sus características distan mucho de los desplazados de otras regiones.
Según el Informe de Movilidad Humana Venezolana 2018, realizado por el Servicio Jesuita para los Refugiados de Venezuela (SRJ), el 59.2% de las personas que emigran de Venezuela poseen estudios universitarios, 64.7% emplean ahorros para irse del país y 45.3% vendió propiedades (casa, carro, muebles de casa, ropa).
Este dato en sí establece una diferencia con las migraciones en Latinoamérica y África, relatadas en este trabajo, y que a su vez, coloca a la migración venezolana en un caso extraño y motorizado por rasgos de vacío cultural y nacional precipitado por el consumo y el desarraigo.
Contar con un nivel profesionalizado es un elemento que coloca al migrante venezolano en la clasificación de mano de obra altamente calificada y, sin embargo, cuando parte a otros países de Latinoamérica, recibe el mismo trato que cualquier otro migrante: el abuso laboral y los ataques xenofóbicos por amenazar las condiciones laborales de los ciudadanos anfitriones.
El otro dato que lo diferencia de la tendencia en flujos migratorios globales es que las principales corrientes provienen, a excepción del estado fronterizo de Táchira, del cono urbano del país (Distrito Capital 17%, Carabobo 11.6%, Aragua 7.4%, Lara 6.7%), mientras que en los estados del interior las tasas se mantienen en un promedio de 3% del total de la población.
C.C Sambil Caracas ejemplo claro de consumismo
El arrebato emocional que conduce a la migración, producto de la alteración de los niveles de consumo y el saboteo de dos sectores vitales para el funcionamiento normal de un país, como la salud y la alimentación, efectos del cerco financiero internacional y amplificados por las plataformas mediáticas que, además, ocultan a los autores del daño económico nacional, tiene en las mentes concentradas en ciudades mayor asidero que en las que habitan las periferias del territorio venezolano.
Una radiografía comparada con las migraciones en Latinoamérica y África, relatadas en este trabajo, colocan a la migración venezolana como un caso extraño. No se produce a partir de persecuciones paramilitares, guerras civiles, exacerbación de la violencia política o crisis humanitaria de alto impacto.
Es, más bien, motorizada por rasgos de vaciamiento cultural y nacional, precipitados a su vez por el consumo y el desarraigo de la globalización, que en sectores específicos como la clase media describe a profundidad cómo el rentismo petrolero sigue siendo una traba para la construcción de una identidad sólida y propia, que resista los avatares de una crisis económica y genere la inspiración en el alma para reconstruir el lugar donde nacieron.

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