Rebanadas
de Realidad- MOIR-PDA, Bogotá, 30/08/13.-
Alguien se equivoca cuando mueve una mano y sin proponérselo le echa
un vaso de agua encima a otro. Pero no es una equivocación tomar el
mismo vaso y tirárselo en la cara al que está al lado. En este sentido,
el libre comercio no constituye una equivocación; es una conspiración,
que es bien distinto, de los países poderosos contra los débiles como
Colombia, para reducirles a poco o a nada su producción industrial y
agropecuaria, reemplazarles el trabajo nacional por el extranjero, especializarlos
en minería y convertir en propiedad de las trasnacionales los negocios
que sobrevivan. Estados Unidos y las demás potencias, que “chupaban
el néctar con ciertas consideraciones”, decidieron venir por la lana,
por el telar y por la que teje.
En El Tiempo del
27 de febrero de 1990, el exministro de Hacienda Abdón Espinosa Valderrama
explicó que la llamada apertura de la economía –que arrancó con César
Gaviria– la impuso el Banco Mundial, que le exigió al gobierno, si “quería
obtener nuevos préstamos (…) comprometerse a liberar sus importaciones”,
(http://db.tt/jPjEtIxb).
Por esos días, Lester Thurow, decano en MIT, explicó que la causa de
la globalización neoliberal era el “exceso de capacidad de producción”
de las potencias y agregó: “El mundo sencillamente puede producir más
que lo que necesitan comer los que tienen dinero para pagar. Ningún
gobierno firmará un acuerdo que obligue a un elevado número de sus agricultores
y a una gran extensión de sus tierras a retirarse de la agricultura”.
Es obvio que no tenía en mente a los gobiernos de Colombia de los últimos
23 años
Para confirmar las
muchas advertencias sobre la hecatombe que el libre comercio le provocaría
a Colombia, sirvieron los desastres productivos. Ya a mediados de la
década de 1990, Carlos Arturo Ángel, presidente de la Andi, denunció
la desindustrialización del país, la misma que nunca vio Luis Carlos
Villegas, quien recibió como premio a su ceguera la embajada en Washington.
Y en los primeros años de la apertura, las importaciones acabaron con
800 mil hectáreas de cultivos transitorios (trigo, cebada, algodón,
maíz, soya, sorgo, etc.), desastre que no fue mayor porque se mantuvo
la protección arancelaria a los otros productos (arroz, oleaginosas,
azúcar, lácteos, cárnicos, papa, hortalizas, frutas), protección que
con funestas consecuencias ha disminuido y desaparecerá con los TLC,
como también ha ocurrido con la de la industria instalada en Colombia.
Por si faltaran
razones para entender lo que pasa, Barack Obama, refiriéndose al aumento
de las compras de los países de América Latina, dijo: “¿De qué país
vendrán esos bienes y servicios? Este Presidente les asegura que esos
productos serán fabricados en Estados Unidos” (http://bit.ly/14f3qlf),
promesa que ha respaldado con la astucia de la devaluación del dólar
–que revalúa las otras monedas y mejora aún más la competitividad estadounidense–
y el aumento de los subsidios agrícolas (farm bill) de 50 mil a 95 mil
millones de dólares anuales, cifra semejante a la que destina con el
mismo propósito la Unión Europea, que también exige su parte del botín.
Y no sobra saber que los subsidios y demás ventajas industriales de
las potencias –incluida Corea– son mayores que los del agro.
Por las anteriores
razones, y otras muchas que incluso reposan en libros enteros (http://db.tt/1QrB6BFt),
el Polo Democrático Alternativo decidió quedarse solo y ser el único
partido en votar no los TLC en el Congreso, verdad que ahora intentan
ocultar preocupados porque cada vez más colombianos –como lo ilustra
el reclamo democrático de campesinos, indígenas, jornaleros y empresarios–
exige que Colombia se libere de las garras del libre comercio.
Para comprender
mejor el debate que se adelanta en las carreteras y en cada rincón de
Colombia, lo primero es saber que los TLC no están grabados en piedra,
es decir, que pueden renegociarse por acuerdo entre los países signatarios
o terminarse si uno de ellos, unilateralmente, lo da por concluido.
Y lo segundo es entender, como estímulo clave para la controversia democrática
que se adelanta, que los colombianos no tienen futuro próspero en un
ambiente de libre comercio, así Santos y sus conmilitones, tan diestros
en el arte de impostar, afirmen lo contrario y falazmente ofrezcan resolver
una crisis tan profunda con paños de agua tibia, astucia calculada para
que continúen las fabulosas ganancias de los extranjeros y del grupito
de criollos a los que les va de maravillas, mientras se destruye el
agro y la industria y el país avanza, de manera inevitable, hacia un
colapso.
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