El patio trasero en Latinoamérica, en un pasado reciente, era el
lugar donde la clase dominante escondía la basura, trastes viejos, y sus
animales domésticos; donde vivían y trabajaban incomunicados los
“criados”, para que el frente de la casa pudiera mantenerse impecable
para orgullo del Patón.
Juan Carlos Zambrana Marchetti
Gran malestar causó en Latinoamérica que el Secretario de Estado de
Estados Unidos, John Kerry, dijera en el Congreso de su país que
Latinoamérica es “el patio trasero de Estados Unidos.”
El comentario se agravó en el contexto de que Estados Unidos no había
reconocido al gobierno constitucional de Nicolás Maduro electo en
Venezuela, y que Kerry pidió un recuento de votos, o de lo contrario
tendría que cuestionar seriamente los resultados electorales. La
reacción del presidente Boliviano Evo Morales fue instantánea,
rechazando la alusión al “patio trasero” como una ofensa.
Sucede que la expresión es para los latinoamericanos lo que la
palabra “n”, en el idioma Inglés, es para un afroamericano, o la palabra
“m”, en el idioma castellano, es para el homosexual. Ofende no sólo por
su intención de reducir y humillar; es un abuso psicológico que obliga a
la víctima a hundirse nuevamente en una realidad adversa en la que
vivió en tiempos pasados. Al afroamericano le recuerda su esclavitud,
al homosexual el tiempo en que era visto como una abominación, y a los
latinoamericanos una pesadilla a la cual le resulta muy doloroso
regresar.
La frase nos recuerda a los latinoamericanos la falsedad de la
Doctrina Monroe en su pretensión de que Estados Unidos iba a proteger a
Latinoamérica de los imperios europeos, porque no impidió las
intervenciones de España en la República Dominicana, ni la de Francia en
México, ni las de Gran Bretaña en las Islas Malvinas en 1833, o en
Nicaragua y Guayana, o en Bolivia y Perú a través de Chile en la guerra
del Pacifico, o la segunda a las Islas Malvinas en el año 1982 con el
velado apoyo estadounidense.
Nos recuerda que Estados Unidos le añadió a su Doctrina Monroe el
“Corolario Roosevelt”, con el cual se autorizó a intervenir militarmente
en Latinoamérica a favor de los intereses de sus ciudadanos y
corporaciones. De ese modo, “América para los americanos” pasó a ser
“América para los norteamericanos”, y comenzó un período agresivo de
intervención, a veces violenta y a veces velada, pero que en definitiva
sometió al continente a políticas económicas abusivas que sólo
favorecían a los intereses estadounidenses.
Latinoamérica recuerda que, cada vez que Estados Unidos le extendía
una mano amiga, escondía en la otra un garrote para someterla. Durante
la Segunda Guerra Mundial, el presidente Roosevelt promocionó su
política de “el buen vecino” para someter a Latinoamérica a su política
de bloque, y para asegurarse sus recursos naturales. Alemania y Japón
controlaban las materias primas del norte europeo y de Asia, y Estados
Unidos necesitaba abastecer a su industria bélica en forma abundante e
ininterrumpida con los recursos de Latinoamérica. La obligó en muchos
casos a vender a precios reducidos. Los indígenas que extrajeron esos
recursos naturales fueron, en gran medida, los aliados estratégicos que
le permitieron a Estados Unidos, ganar la guerra, convertirse en una
potencia mundial, y con ello consolidar al hemisferio occidental como su
área de influencia, o su “patio trasero”.
Esa dominación, después se ejerció a través del programa Punto IV del
presidente Harry Truman, cuyas funciones civiles pasaron a luego a
USAID. Dos programas mediante los cuales Estados Unidos extendió y sigue
extendiendo su control con el pretexto de administrar la asistencia
económica que sigue otorgando a los países del tercer mundo. A partir
del año 1969 Richard Nixon desató las horrendas masacres de las
dictaduras militares de extrema derecha, y los crímenes del Plan Cóndor;
luego en la década de los años ochenta y noventa se impuso el
neoliberalismo económico que obligó a Latinoamérica a entregar sus
recursos naturales y empresas productivas estatales a las corporaciones
transnacionales, y le quitó al Estado su capacidad para cumplir su
función social.
Más allá de los discursos en Washington, en sentido de que la
política exterior de Estados Unidos es toda solidaridad y defensa de la
libertad, la realidad es que ha sido bastante destructiva con
Latinoamérica, un continente que, a pesar de todo, no odia a Estados
Unidos, ni es anti-estadounidense, pero que sabe que esa es la versión
de los republicanos para seguir justificando la intervención con nuevas
excusas. Latinoamérica es simplemente antiimperialista, porque ha sido
sometida y saqueada por el imperio español, luego por el británico; y
después engañada por la hegemonía estadounidense que esconde su
intervencionismo tras la máscara de ayuda humanitaria.
Latinoamérica no quiere ser ya el patio trasero de Estados Unidos por
dos razones fundamentales. La primera es por lo sensible del concepto
ya que el patio trasero en Latinoamérica, en un pasado reciente, era el
lugar donde la clase dominante escondía la basura, trastes viejos, y sus
animales domésticos; donde vivían y trabajaban incomunicados los
“criados” --versión latina del esclavo--, para que el frente de la casa
pudiera mantenerse impecable para orgullo del patrón. La segunda razón,
y la más importante es que, en lo político y en lo económico, la mayor
parte del continente latinoamericano ha roto ya con el esquema de
dependencia de Estados Unidos y no acepta más su dominación.
Sólo entendiendo correctamente el pasado, se puede entender la
justicia de la propuesta del presidente Morales cuando dice “Queremos
socios, no patrones.” Seamos socios y amigos, pero de verdad, y no sólo
en los discursos políticos en Washington mientras se maniobra
constantemente contra los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, que
tienen todo el derecho de continuar alejándose de las políticas
estadounidenses. Decir en pleno siglo XXI que Latinoamérica es el patio
trasero de Estados Unidos, es un doble insulto, porque el concepto nos
recuerda un pasado de sometimiento, saqueo, muerte, y explotación, y
porque en la realidad desconoce la emancipación económica y política que
ha logrado la región.
Me atrevería a decir que, si el Secretario de Estado entendiera toda
la carga histórica, política, y psicológica que conlleva esa expresión,
pediría una disculpa pública e instaría a su personal a desterrar para
siempre ese insulto.
No hay comentarios :
Publicar un comentario