Durante dos años y medio, la prensa internacional ha estado
transmitiendo noticias sobre Siria casi sin descanso: qué territorios
han sido ocupados por las tropas del gobierno y cuáles por la oposición,
cuántas personas han muerto o están heridas... Sin embargo, estas
noticias no reflejan el sufrimiento diario de los sirios de a pie,
aunque su vida ha cambiado drásticamente.
Shirin es una joven de unos 25 años que vive
en Latakia, trabaja como psicóloga en un colegio y está estudiando un máster en
la Universidad de Damasco.
Pero desde el inicio de la guerra las carreteras
–también las de Damasco–entrañan un alto riesgo, y se ha visto obligada a
interrumpir sus estudios temporalmente: “Solía ir a Damasco por un día, allí
hacía lo que tenía que hacer y luego volvía a Latakia en el autobús de la
noche. Pero en las condiciones actuales es imposible; hay muchos puestos de
control del ejército en el camino y alrededor de la universidad caen
proyectiles continuamente”.
A pesar de esto, Shirin intenta continuar con
su trabajo de investigación por su cuenta, con la esperanza de que llegue el
día en que pueda volver a su universidad: “Continuaré con mi trabajo y esperaré
que mejore la situación. Esto me da un incentivo para vivir. Tampoco me
preocupa mucho no poder defenderme. Lo importante es que la vida en Siria vuelva
a su cauce, que vuelva a ser pacífica”.
Latakia
es una localidad costera, situada al norte de Líbano, es la capital de la provincia del mismo nombre. Su población se estima en algo más de medio millón de personas. De ellos, aproximadamente, el 50% son alauíes, el 30% cristianos y el 20% musulmanes suníes. Controlada por las fuerzas gubernamentales. La semana pasado hubo intensos combates en la región.
Incluso en Latakia, donde no hay combates, la
vida diaria ha cambiado radicalmente. La ciudad se ha dividido en barrios por
medio de puestos militares de control, en los que se guardan largas colas para
los registros; pero a Shirin no le molesta, porque con estos controles se evita
la entrada de explosivos y armas.
La chica comenta: “Vivimos bajo un constante
temor y tenemos miedo de que se deteriore la situación en Latakia. En mi ciudad
ahora hay mucha gente de otras ciudades y regiones del país, que están huyendo
de la guerra; ¿y nosotros, a dónde nos vamos a ir si la guerra llega hasta
aquí? Cada día escuchamos historias sobre brutales masacres y sobre la profanación de cadáveres. Ya no es la muerte lo que tememos, sino
cómo nos van a matar”.
Shirin sufrió mucho cuando se enteró de una
masacre perpetrada en los pueblos cercanos a Latakia. Estaba en estado de shock. “Cuando me enteré de que habían
asesinado a familias enteras, me acordé de una amiga que vive allí con sus dos
hijos. Intenté llamarla, pero no conseguí ponerme en contacto con ella; estuve
dos días sin poder dormir, pensando que la podían haber asesinado brutalmente a
ella y a sus hijos… Después encontré el número de teléfono de su hermano y él
me dijo que tuvieron tiempo de huir, pero que habían asesinado a otros
parientes suyos. He oído que algunas chicas se han suicidado por el miedo a que
las detengan y las violen”.
Las historias de secuestros son las que más
asustan a la población civil de Siria. La gente cuenta muchas historias de
torturas, crueldades y violaciones de chicas y chicos. También Shirin habla de
ello: “Conozco a algunas chicas de la ciudad de Homs que llevan granadas en el bolso para suicidarse si las capturan como rehenes.
Yo espero no tener que llevar también una granada o una pistola en el bolso,
aunque parece que todo va en esa dirección”.
Sin embargo, a pesar de todas las discusiones
que escucha Shirin sobre la desaparición de gente, los asesinatos y los
secuestros, ella sigue intentando vivir una vida normal: “Sigo saliendo de casa
a pasear por la ciudad, como si no hubiera pasado nada. Cuando quedo con mis
amigos, intentamos no hablar de la guerra ni de la situación tan tensa que
estamos viviendo… Pero a veces no lo conseguimos, así que tratamos de afrontar
la situación con un humor más bien triste. Por ejemplo, una vez iba con una
amiga por la calle y vimos a un joven sentado tranquilamente en la puerta de su
quiosco, y le dije a mi amiga: aprovecha, alégrate la vista. Dentro de nada
habrá déficit de chicos así”.
A pesar de todo lo que ha pasado, Shirin sigue
creyendo en la posibilidad de que se restablezca la paz y la armonía en la
sociedad.
Se niega a aceptar que los horrores de la
guerra no verán su fin: “Nunca he entendido el sentido de las guerras; cuando
leí la novela ‘La inmortalidad’, de Kundera, me reí de la teoría que desarrolla
al principio del libro. Trata de demostrar que la humanidad necesita la guerra
periódicamente, que cada periodo de violencia se alterna con un periodo de amor
y de paz. Yo creía entonces que la humanidad avanza sin descanso hacia un mundo
más humano y perfecto. Ahora me acuerdo de Kundera y creo en sus palabras, pero
espero que pronto llegue a mi país ese periodo de amor y paz, y que se acabe
esta pesadilla de una vez”.
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