Existen pocas (buenas)
alternativas a las comiquitas gringas para que nuestros niños ilustren
los infinitos cuentos reales y los inventados en el monte por los
abuelos olvidados. Es decir, echar un cuento ahorita a punta de palabra y
gestos y mantener la atención de los carajitos (y la propia) es una
tarea inmensamente difícil cuando los aparatos electrónicos andan
mandando esas adictivas imágenes y sonidos.
Por eso para mi hijo tengo una pequeña reserva dentro de una carpeta
en la computadora para variar las dosis de Peppa y Pocoyó con historias
menos embusteras y lejanas, más próximas y parecidas a lo que somos. De
Venezuela sin embargo, solo los Cuentos del Arañero, una
producción de apenas cuatro videos corticos sobre la vida de Hugo Chávez
cuando era un muchachito en Sabaneta de Barinas, ha podido enganchar a
ese guaricho.
No. No es una cuestión hiperideologizada que hace gritar "Chávez
vive, la lucha sigue" a quien la vea. Habla sobre las cosas más
sencillas que pueden imaginarse y que, por las coincidencias de la
guerra, se están volviendo nuevamente rutinarias. Creo que por eso le
gusta a mi hijo.
Él también tiene un abuelo que nació en Barinas, a quien ayuda a
regar las matas de naranja recién sembradas en un patio que por casi
dieciséis años fue puro polvo y piedras porque la flojera decía que esa
era tierra mala. Su escuela es parecida a la de Hugo, con un patio
grande donde las maestras pasan más tiempo ahora que en un salón, desde
que la directora en un impulso culinario mandó a que los representantes
trajeran semillas y aliños para que el arroz con caraota que entregan en
el Programa de Alimentación Escolar a los niños del preescolar tuviera
"gusto a bueno".
No come las famosas arañas que hace la abuela Rosa Inés en la
comiquita, pero coinciden con los inventos de turrones que hago a base
de papelón y la fruta que esté más barata en la bodega, opción para
matar los antojos de chucherías marca Alfonzo Rivas que, siendo honesta,
si tuviera el chance de comprar más a menudo, no existiría la
coincidencia.
En uno de los capítulos, muestran cómo cada noche en el pueblo
apagaban la planta eléctrica, haciendo antes dos avisos. Venía un primer
apagón, luego otro, y al tercero se quedaban todos en la penumbra. Acto
seguido, la abuela encendía las velas mientras los nietos esperaban los
relatos de un tal Pedro Pérez Delgado.
Cuando se fue la luz ese jueves en la tarde, no hubo ningún aviso
para nosotros. Las preocupaciones adultas de la primera noche estuvieron
relacionadas a saber qué sucedió, qué tan grave fue y cuánto tiempo iba
a durar, teniendo en cuenta que estos primeros tres meses del año no
hemos parado de esquivar golpes de Estados Unidos.
El primer apagón alcanzó un día completo y parte de la madrugada sin
mucha información precisa de lo que lo había causado. "Un ataque al
Complejo Guri que ya está solucionándose en Caracas", alcanzamos a
resumir el viernes en la noche después de la reunión con los vecinos en
reunión del CLAP.
En la madrugada llegó la electricidad y duró toda la mañana,
suficiente como para suponer que ya había sido controlada la situación,
relajarse y no hacer ningún plan de contingencia.
Pero ya manejábamos un informe oficial del ataque: un daño inducido
al sistema computarizado de la central hidroeléctrica afectó a todo el
país. Despejada la incertidumbre sobre lo que sucedía y otra vez sin
acceso a la electricidad por una recaída del sistema, tocó concentrar
esfuerzos en revisar las reservas de agua y alimentos. Comida por
dañarse fue cocinada y entre vecinos se hizo un cambalache improvisado
de guisos para picar durante el día. A los muchachitos que andaban fuera
de sus cuevas se les preparó una mermelada de plátano repartida en
pedacitos de casabe.
El agua fue la aventura más extraña de toda la jornada sin luz. A
"alguien" se le ocurrió que el edificio en construcción del frente debía
tener ya hecho un pozo y una comisión fue a examinar las condiciones
del lugar y del agua. Para llegar hasta el sitio, había que atravesar
unos escombros y pasar a través de un hueco que hicieron para acceder al
pozo.
Visto que el agua estaba aceptable, las calles se convirtieron en un
desfile de carnaval: hombres, mujeres y adolescentes con tobos, potes de
refrescos, ollas, coches viejos, carretillas, yendo al "aljibe" como me
supo decir una vecina al encontrarme con ella y explicar de dónde
regresaba.
El desmoronamiento de los temores fue lo que logró otra salida digna de los venezolanos
Esa misma tarde, una distribuidora de comida que quedaba cerca y
tenía una planta eléctrica, coordinó con la Milicia Bolivariana para
conseguir una manguera y prestar el servicio de agua de su reserva a la
comunidad.
Escuché decir a Maduro, varios días después, que era admirable la
conducta que tuvimos estos días de ataque a Venezuela. Evidentemente nos
incomodaba no saber cuánto tiempo tendríamos que estar buscando agua de
otros lados, o cómo resolver lo de la comida una vez que la falta de
refrigeración artificial comenzara a hacer efecto.
Otra preocupación era la de personas con familiares enfermos que necesitaban atenciones especiales y medicamentos.
Resulta que a los miembros del CLAP nos mandan a revisar la "data" de
nuestra comunidad más veces de lo que a mí me gustaría. Es agotador ir
de puerta en puerta con carpetas y planillas a comprobar que los datos
que tenemos de las familias estén correctos y, por supuesto, a escuchar
las angustias individuales y la lista de recomendaciones (unas amables y
otras muchas veces no) para el Gobierno.
De allí que tengamos un mapa bastante claro acerca de los vecinos del
sector. Sabemos, por ejemplo, quién sufre de hipertensión o dibetes,
quién tiene discapacidad motora, qué personas viven solas, cuántos niños
y bebés recién nacidos hay, y cuántos adultos mayores. Además, tenemos
los números celulares y teléfonos locales de todos.
Con esa información a la mano, era mucho más sencillo prever las
posibles emergencias que podían presentarse en caso de que el corte de
luz se extendiera por más tiempo y cómo actuar.
Pero el ánimo general no era de desesperación, a pesar de que buena
parte del sector donde vivo sigue las órdenes del gobierno ficticio de
Guaidó, el autoproclamado que decidió disparar los miedos de sus
seguidores para convertir las calles en violencia y neutralizar la
contraofensiva orgánica que estuvimos diseñando espontáneamente.
La convocatoria a manifestar se fue agotando progresivamente. La
primera noche fue de media hora de cacerolas y la consigna contra Maduro
de moda, que no tiene mención en este párrafo por lo poco creativa. La
segunda fue una repetición de veinte minutos. La tercera noche, los
mismos que se habían juntado por la rabia y el calor, colocaron unas
antorchas improvisadas en varios puntos de la calle, sacaron sillas,
mesas, y mientras los niños jugaban con las sombras que se formaban de
la luz del fuego, los adultos jugaban partidas de dominó y lotería.
Allí se rindieron las pretensiones de caos y anarquía ante la parranda y el bochinche.
En la casa, nos preparábamos para apagar las velas cantando
cumpleaños y disponernos a dormir cuando la inquietud de mi hijo detuvo
el ritual. Estaba preocupado porque "el diablo andaba suelto".
Durante la tarde tuvo una rabieta por la falta de comiquitas,
entonces le recordé la historia de Hugo y su abuela en las noches bajo
las velas contando historias de sus antepasados. Pero en ese mismo
capítulo hay una escena en la que Hugo está acostado asustado porque la
abuela Rosa Inés le había advertido del diablo para que dejara de
zumbarse por las matas.
Eso era lo que recordaba mi carajito de aquella animación y lo que
impedía que se fuera a dormir tranquilo. Le expliqué que la abuela lanzó
esa frase para aquietar a su nieto, que era demasiado inventor, y
aunque no lo convencí del todo, tuvo la valentía de soplar las velas
para quedar totalmente a oscuras.
No supe decirle que el diablo sí anda por ahí suelto, todo enclenque y
molesto. Probablemente estará fastidiándonos un rato, pero esa no es
razón para dejarse vencer por el miedo. Justamente el desmoronamiento de
los temores fue lo que logró otra salida digna de los venezolanos. Esa
guapura merece muchos más cuentos.
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