Colombia se encuentra en plena campaña electoral. En ese
contexto uno de los argumentos de la derecha local es la utilización del
chavismo y la Revolución Cubana para demonizar a candidatos no
alineados con la línea de Santos o la de Uribe.
Colombia
se encuentra en plena campaña electoral, el 11 de marzo de 2018 se
realizarán las elecciones para los 102 representantes del Senado y las
166 curules de la Cámara de Representantes, y el día 27 de mayo las
presidenciales. Pero las habituales campañas a ambas elecciones se han
visto signadas a tal punto por el fantasma del "castrochavismo", que
las propuestas políticas parecen pasar a un segundo plano para limitar
el debate a un supuesto indicador de cercanía política con el proyecto
bolivariano.
Esta pseudo categoría política de la que se ha apropiado toda la
derecha latinoamericana, pretende caricaturizar a los líderes históricos
de Cuba y Venezuela. Remonta sus orígenes a opinadores como Carlos
Alberto Montaner que ya en el 2004 señalaba al "dúo Castro-Chávez" como el culpable de lo que él consideraba la debacle de Latinoamérica.
Sin embargo, su síntesis actual nace al calor de las negociaciones
del gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC-EP. Acuña esta frase el
ex presidente narco paramilitar Álvaro Uribe Vélez, quien ya hace cuatro
años, oponiéndose a una salida política y negociada a la guerra que
vive Colombia hace más de medio siglo, acusó a Juan Manuel Santos de ser "castrochavista", por sentarse a dialogar con la guerrilla.
Lo interesante es que ya desde entonces Uribe avizoró que ser o no
"castrochavista" sería más importante para las elecciones del 2018 que
el delito de ser parapolítico, estar acusado de asesinar defensores de
derechos humanos, tener vínculos históricos con el narcotráfico, ordenar
masacres contra poblaciones indefensas, defenestrar políticos de
izquierda, y demás acusaciones que engrosan el prontuario de este
senador colombiano. Lo curioso es que ciertamente, cuatro años después,
el debate entre candidatos y candidatas no se centra en debatir planes
de gobierno, ni el perfil humano y profesional de quienes se
candidatean, sino en su cercanía o no al llamado "castrochavismo".
Esto es tan evidente que diarios nacionales como El Espectador señalan: "La palabra 'castrochavismo' por parte de los sectores considerados de derecha,
tiene incendiada la campaña presidencial colombiana". El epíteto se
impone con más fuerza cuando los sondeos iniciales colocan en primer
lugar a Gustavo Petro, ex guerrillero del M-19, candidato de la llamada
centro izquierda, quien desde antes de la muerte de Hugo Chávez comenzó
públicamente a distanciarse del proyecto bolivariano e incluso
recientemente ha sido muy enfático y ha realizado reiteradas
declaraciones contra el presidente Maduro, la mayoría de ellas bastante infundadas, con la única salvedad de que se ha manifestado en contra de la injerencia extranjera en Venezuela.
En su afán por deslindarse, Petro ha llegado al extremo de decir que
es el gobierno de Juan Manuel Santos quien más se asemeja al modelo
económico que hoy lidera el presidente Maduro.
Al parnaso "castrochavista" también ingresan candidatos y candidatas
de izquierda como Piedad Córdoba y Timochenko (FARC), de centro como
Sergio Fajardo (PDA) o de centro derecha como Humberto de la Calle
(Partido Liberal). En suma, toda alternativa distinta a las candidaturas
de la derecha colombiana, al poder legislativo en marzo y a la
presidencia en mayo, es descalificada con el simple señalamiento de
acercarse al modelo de Cuba y Venezuela.
Como todo fantasma creado, el "castrochavismo" procura asustar.
Asustar para crear miedo. Miedo para sembrar odio. Odio y miedo para
controlar. Los candidatos de la derecha, Germán Vargas Lleras, Iván
Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, acusan y recogen los
vítores.
La máxima expresión del talante democrático de esa derecha, son las
declaraciones de la candidata a senadora Leszli Kalli, quien aseguró el
pasado 20 de febrero, que la única solución para terminar con la crisis
por la que atraviesa Venezuela, es que se haga una intervención militar y
se le dé un tiro
al presidente Nicolás Maduro: "Yo espero que haya una intervención
militar, que le peguen un tiro, que se muera y que ninguna ONG salga en
defensa de sus derechos", dijo la candidata.
Esta señora tiene un amplio expediente de amarillismo, escándalos,
acusaciones de inestabilidad psicológica (por demás evidente) y al grito
de "¡que Colombia gire a la derecha ya!", migró de la llamada centro izquierda
a la militancia en el Centro Democrático, partido de Uribe Vélez. Lo
triste no es que una persona con tal perfil exista y opine, lo terrible
es que tenga suficiente eco en la política colombiana como para aspirar
al Senado.
El fantasma del "castrochavismo" vuelve a Colombia cada vez que se menciona la palabra "justicia"
Venezuela se ha convertido entonces en el centro del debate de la
política colombiana, al pueblo colombiano se le priva de la oportunidad
de mirarse a sí mismo y reflexionar sobre su realidad y se le distrae
mirando hacia otro lado.
El gran triunfo de los grupos de poder vinculados a Santos y a Uribe,
es que con este fantasma descalifican a todas las demás opciones y se
disputan el poder entre ellos. Como si fuera poco, logran esconder bajo
la alfombra las privatizaciones, la entrega del territorio a las
transnacionales, la ocupación militar estadounidense, el avance del
narcotráfico y el paramilitarismo, los asesinatos selectivos de líderes y
lideresas, las muertes por hambre, la inmensa cantidad de personas en
situación de calle, el desplazamiento forzado interno, los bombardeos y
la miseria.
Los temas que de verdad afectan al país dejan de discutirse para
hablar sobre lo que presuntamente pasa en Venezuela. Pocas son las voces
valientes como la del escritor Renán Vega Cantor o el analista José
Álvarez Carrero, quien se atreve a desenmascarar al fantasma diciendo:
"En el agro, como en Cuba y en Venezuela, los Castro y los Chavistas le
repartieron las tierras de los grandes latifundios a los campesinos. En
Colombia la bancada Santista, en conjunto con la Uribista, aprobaron la
Ley Zidres, con la cual los grandes terratenientes pueden explotar los
baldíos en perjuicio de los pequeños parceleros. Si se hace lo
contrario, el país avanzaría hacia el Catrochavismo".
Así, un análisis comparativo objetivo arroja que los niveles de
inclusión, justicia y equidad en Venezuela son muy superiores a los de
Colombia aún en medio de las circunstancias actuales. En el caso
específico que menciona Carrero, mientras organismos internacionales
como Amnistía Internacional hablan de 8 millones de hectáreas
expropiadas por la fuerza a las familias campesinas de Colombia, el
Gobierno venezolano ha entregado más de 7 millones de hectáreas a
campesinos y campesinas.
Esta comparación resulta sumamente favorable al Gobierno Bolivariano,
aun sin adentrarse en la realidad de las terribles violaciones de
derechos humanos vinculadas a esta expropiación de tierras en Colombia
que ha implicado masacres, asesinatos selectivos y desplazamiento
forzado de millones de colombianos y colombianas.
Se distorsiona mediáticamente lo que sucede en Venezuela a tal punto
que han caído en la trampa amplios sectores de la izquierda colombiana,
pero también la chilena, peruana y de otros países de la región y de
Europa. El "miedo" implantado a "ser como Venezuela", bandera del
uribismo, es escasamente enfrentado por la izquierda colombiana y
quienes lo hacen deben luchar a contracorriente.
Para terminar con los increíbles atributos del fantasma
"castrochavista", ahora éste resulta ser el culpable de que no cese la
guerra en Colombia. Nada tiene que ver que Santos se haya parado de la
mesa de negociación con el ELN, que Uribe haya liderado la campaña del
"No" a los acuerdos de paz con las FARC-EP o que el Estado sea incapaz
de cumplir esos acuerdos.
La xenofobia que se promueve desde las altas esferas del poder en
Colombia se refuerza ahora con reiterados intentos de falsos positivos.
Santos como su otrora jefe Uribe Vélez, se ocupa ahora de relacionar al
Gobierno venezolano con el ELN y con la disidencia de las FARC para
culparlo de sus propios fracasos y además ganar indulgencias con el
gobierno de los EEUU, allanando el terreno a la injerencia internacional
dentro de las fronteras venezolanas.
Se suman a esta campaña medios estadounidenses como el Nuevo Herald
y llegan al extremo de propagar la acusación de que militares
venezolanos formarían parte del ELN. De fallar esta matriz de opinión,
podrá servir el montaje de un presunto enfrentamiento entre militares de
Venezuela como era el objetivo de la operación paramilitar "Daktari"
desmantelada en el año 2004, para justificar una "intervención
humanitaria" o cualquier otra operación de bandera falsa. Porque la
existencia de un enemigo externo será la única garantía de que la
realidad colombiana no ocupe los titulares de la disputa electoral.
Una vez cumplidos sus propósitos electorales, el fantasma del
"castrochavismo" seguirá atormentando Colombia cada vez que algún
movimiento u organización exija salud o educación gratuita, entrega de
tierras a campesinos y campesinas, acceso a alimentos o a viviendas
subsidiadas y todas esas cosas terribles que el "castrochavismo"
implica, porque aun en el momento más difícil de su historia, la
Revolución Bolivariana seguirá siendo, a juicio de la derecha mundial,
un "mal ejemplo para los pueblos del mundo".
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