Rueda
por las redes y mensajería de WhatsApp una campañita interesante,
singular y sobre todo bastante hábil, a la que se han sumado algunos
chavistas, seguramente con la mejor intención y/o tan siquiera sin darse
cuenta de que están participando en una campaña. Ahora dizque un grupo
de “ecologistas” gringos ha “descubierto” que la harina Maseca contiene
trazas del veneno Round Up, y, de ahí para abajo, todo son rayos y
centellas contra un producto del que la industria mexicana estaba
orgulloso hasta ayer nomás. Perdón, hasta ayer no: hasta que el Gobierno
venezolano empezó a comprarla masivamente para distribuirla en los
CLAP.
Es
reconfortante que de pronto uno note esa preocupación ciudadana por la
calidad de la harina precocida de maíz, y en general por los agregados o
componentes de contrabando que traen los “alimentos” que consumimos. Lo
sospechoso es que la campaña, que debería abarcar toda la mierda que el
capitalismo industrial nos vende como “comida”, se centra sólo en los
productos que distribuye el CLAP. Maseca es una mierda; la Harina Pan es
linda, chévere, limpia, inseñalable de nada malo y de paso venezolana
como el beisbol, los bluejeans y el rock.
Señor:
TO-DA la harina precocida de maíz es una estafa, un engaño, un atentado
contra la cultura del maíz que alguna vez tuvimos. Propagandizar contra
la harina mexicana con el argumento de que se le detectaron trazas de
Round Up es de un ingenuo que dan ganas de sentarse a llorar o
arrecharse y ponerse antipático: resulta que con glifosato y gramoxone
(productos del monstruo transnacional Monsanto-Bayer) se fumigan casi
todos los vegetales que comemos en todas las ciudades del mundo, pero
especialmente varios de los que consumimos masivamente aquí, y que
algunos aspirantes a veganos o vegetarianos patrocinan como si fueran
ejemplo de comida sana.
El
acto de comer ajo, papas y zanahorias en Venezuela tiene dos sinónimos o
nombres más adecuados: suicidio y eutanasia. Miles de litros de esos y
otros venenos (fertilizantes, herbicidas e insecticidas) son rociados
varias veces al año en las plantaciones de los Andes venezolanos, y esa
es la razón por la que uno ve esas papas impecables, esas zanahorias
fosforescentes y esos ajos tan hermosos y brillantes que provoca
comérselos crudos, incluso varios meses después de cosechados. Esos
frutos de la tierra se ven sin una magulladura y se conservan mucho
tiempo sin refrigeración porque vienen tan cargados de tóxicos que los
insectos, hongos y otros organismos les pasan por un lado y ni se
acercan: la pinga, hermano, primero muerto de hambre que atarrillado con
esas bombas de agrotóxicos.
Los
seres humanos que, al fumigar las plantaciones, se exponen a esas armas
químicas en pueblos como Timotes, Pueblo Llano y varios otros del
páramo merideño, están sufriendo hace décadas las secuelas: nacen niños
con malformaciones, el cuerpo y la psique de los jóvenes queda destruida
y la gente insiste que es por el miche, o debido a un prejuicio racista
y asqueroso: “Es que a los gochos lo único que les gusta es ese
aguardiente malo”. Pueblo Llano ha sido señalado muchas veces como el
municipio con la más alta tasa de suicidios en América, y el que ha
vivido en el campo y no ha oído la expresión “El hijo de fulano se mató
bebiendo gramonsón (gramoxone)” es porque andaba muy distraído o con los
oídos tapados.
En
la Venezuela chavista, la poca destreza en la comprensión de los
tiempos históricos nos hace decir muy seguido: “Estamos llenos de
contradicciones”, frase que viene acompañada de un sollozo que viene a
significar algo como: “Si seguimos teniendo contradicciones no podremos
hacer nunca una Revolución”. No es que no las tengamos, sino que usted
debe ubicarse en el tiempo y lugar en que se encuentra o meterse a monje
o a ermitaño, si quiere sentirse puro o no contaminado.
Nosotros
deberíamos estar avanzando hacia la producción autóctona,
autosustentable y agroecológica de alimentos, pero mientras damos ese
salto gigantesco (pulverizar 500 años de chapalear en variantes de un
modo de producción y cambiarlo por otro) debemos asegurarle el desayuno y
el almuerzo DE MAÑANA a treinta y tantos millones de personas. Como a
estas alturas ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo (ni como corriente
histórica, ni como pueblo, ni como país, ni como nación ni como clase
proletaria) acerca de si esa producción debe correr por cuenta de todos,
o solamente por cuenta de la agroindustria, o sólo por cuenta de la
clase campesina, entonces tiene que venir el Gobierno a resolver ese
rollo inmediato importando para que llenemos el estómago con lo que hay.
Y lo que hay es comida capitalista producida por procedimientos
capitalistas.
Hay
otras formas, cómo no: arma tu huerto y tu conuco y trata de comer tan
limpio como tú mismo y tu gente sean capaces de cultivar. Salta al ruedo
un sabio y te restriega en la cara: “Un momentico: la Unión Soviética
no era conuquera, así que si no apoyas la agroindustria eres
anticomunista y malo como Hitler y como Trump”.
Entonces,
en resumen: te comes tu Maseca, manufacturada en un proceso industrial
(como el que le gusta a los fans de la presunta fórmula soviética) o te
pones a producir tus propios alimentos, o ambas cosas al mismo tiempo. Y
después tú verás qué y cómo le respondes al que venga a acusarte de
contradictorio, porque de esa no te vas a salvar. Sólo toma en cuenta un
dato: hay algo peor que comer alimentos tóxicos o contaminados, y ese
algo es no comer. Defiende o ataca lo que te dé la gana, pero no vayas a
dejar de comer por esa vaina.
Que
la harina Maseca sea un asco no es de extrañar, para nada. Pero, por
mucho Round Up que contenga, nunca va a ser más tóxica que dos o tres
productos por los que todavía nos entramos a coñazos en los mercados o
cuando aparece por ahí en los anaqueles: la azúcar refinada se blanquea
con formol, a la margarina le falta una molécula para ser plástico y los
huevos esos industriales traen tantas hormonas que su uso prolongado
causa perturbaciones menstruales en las mujeres y colesteroles malignos
en todos los sexos.
Bien
bueno y bien bonito que ahora hayamos decidido exigir calidad en los
alimentos que nos venden en cantidad, ya era hora. Pero hay que ser
consecuentes: al menos los chavistas estamos en la obligación de
denunciar a todo el paquete criminal y nocivo de la industria de
alimentos, y no limitarnos a propagar campañas raras que van sólo contra
los productos que distribuye el Gobierno venezolano.
(Misión Verdad)
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