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lunes, 16 de abril de 2018

Crónicas sobre el dilema de lavar pocetas y la migración

La migración siempre es un proceso social complejo, pues en esta dinámica intervienen muchas aristas, muchos factores causales y otros que de aquella derivan.


Tratándose de Venezuela, las particularidades son aún más agudas, entendiendo que el factor cambiario es lo que principalmente alienta a dicho fenómeno.

La cuestión monetaria, los ataques al bolívar y su devaluación inducida han calado de manera tan profunda en la economía venezolana que están dejando un saldo de historias personales dentro y fuera del país. Apelemos al ejercicio de contar algunas.

La cuestión venezolana en el extranjero

Este relato es sobre Juan Carlos. Un hombre de 40 años que vivía en Venezuela en una zona de clase media, contaba con un carísimo vehículo particular y es casado con una profesional de similar situación socioeconómica. Ellos tienen dos hijos. Como abogado independiente, Juan Carlos desarrolló casi 20 años de carrera profesional y era como otro venezolano clase media, quien durante unos ocho años de la era chavista viajó al extranjero cada año por vía del subsidio estatal, pudo adquirir un apartamento y un vehículo por los créditos que indexó Chávez.
A Juan Carlos se lo llevó la crisis, o él se fue con ella, pongámoslo así para complacer varios puntos de vista. Hoy vive en Bogotá, la ciudad más costosa de Colombia. Vive en una barriada popular como en las que rechazó vivir en Venezuela. Ni en sueños puede pagar un apartamento como el que tenía y ahora usa el transporte público. Pero dice que le va mejor, porque va al abasto y consigue de todo. Viven muy modestamente, porque la economía colombiana se lo impone y porque también está ahorrando en dólares. Algo está haciendo con lo que le queda en sus dos trabajos mal pagados.
Rosa, de 26 años, tiene otra historia que contarnos. Vive en Lima desde hace año y medio y ya ha saltado en más de nueve puestos de trabajo. Ayudante de peluquería, haciendo uñas, empleada doméstica, buhonera, en fin. Rosa se fue sola y tiene 26 años y un título de enfermería que aún no logra ejercer. Vive de lo que sea, como puede, pues hasta comparte su habitación con otra venezolana, tiene meses que no sabe lo que es ir a comer a un lugar bonito y caro; ya no rumbea. Pero Rosa tiene la fijación matemática de que gana más que cualquiera en Venezuela, al mágico cambio en dólares acorde a la lógica incomprensible del dólar paralelo.
Rosa envía dinero a sus padres. Pero también envía dólares para que su familia compre algunas cosas como herramientas profesionales, zapatos, computadoras, para mantenerlos guardados. También guarda los dólares que puede. Pues su intención es regresar a Venezuela y poder vender lo que ha comprado y vender los dólares que ha ahorrado. Ella sabe que ahorita un Chevrolet Optra automático de 2007 cuesta apenas más o menos 2 mil dólares. Algo que ella jamás podrá comprar en bolívares con un salario venezolano.
Jesús Manuel en cambio dejó sus estudios y ahora vive en Ecuador. Pide dinero, vende chucherías en el transporte público, hace lo que puede. Él proviene de un barrio de Caracas, tiene poco tiempo de haber llegado a Quito. Él se fue aupado por Ricardo y también por Yorman, vecinos del barrio que se habían ido. Ricardo ayuda a sus viejos y Yorman ya mandó a comprar una moto con los dólares que mandó.
Jesús Manuel dice que en Venezuela sólo dejó a sus viejos, dice que si una ecuatoriana lo enamora él se queda. Dice que a Venezuela no se va a regresar mamando, por eso anda "pendiente de las lucas" por allá.

Los hilos comunes de estas historias

El primero de esos hilos es que algo tienen en común Juan Carlos, Rosa y Jesús Manuel. Hay algo que no colocan en sus redes sociales. Y esto hace una clara referencia a la frase de Maduro, de que "hay venezolanos lavando pocetas en Miami". Los tres han sufrido las tragedias del migrante, algunos más que otros. Entiéndase, el desapego, la discriminación, en ocasiones el racismo y casi siempre la degradación laboral por cuestiones de papeles.
Maduro, quien siempre recuerda orgullosamente su antiguo trabajo como conductor de Metrobús, no hizo una referencia peyorativa al trabajo que dignifica, sino a la realidad migrante de tener títulos universitarios y tener trabajos precarios, en ostracismo legal, en condiciones de cuasi esclavitud, a expensas en muchos casos de abusos y prácticas degradantes.
En segundo lugar, otra coincidencia de nuestros migrantes es que han salido bajo una fuerte presentación propagandística, que bien ha servido para compadecerse de ellos o para estigmatizarlos, ha servido de etiqueta a cuestas. "La migración venezolana es un problema", "es una invasión", dice el gobierno colombiano, que tiene a 5 millones de connacionales aquí. "La migración venezolana es una plaga", dicen otros xenófobos en Perú, quienes tienen a muchos de sus compatriotas en Argentina. Los ejemplos son incontables.
Existen visiones opuestas de la experiencia migratoria en el antichavismo
Ni hablar de ser un hispano más en EEUU, pues en Miami, aunque se hable mucho el español, es sabido que el american dream no es algo en inglés que no es para todo el mundo, pues tal cosa se presume que no existe ni siquiera para los mismos estadounidenses. Al menos no para los que votaron por Donald Trump.
Ya en otras oportunidades Maduro se ha referido al maltrato contra venezolanos. Ha hablado sobre discriminación. Y en los servicios exteriores de la República se ha instruido a embajadores y autoridades consulares actuar en consecuencia a estos fenómenos de señalamientos cada vez más frecuentes.
La subvaloración de la entidad humana de los migrantes venezolanos, en muchos casos, se traduce justamente en médicos venezolanos lavando pocetas en Miami o Panamá. Se fueron porque aspiran a muchas cosas, pero es indiscutible su condición actual. Por eso hay que decirla. No hay que ocultarla. Es lo que los migrantes hacen y, además, algunos lo hacen a gusto, por los beneficios que eso trae.
Esto nos lleva a la tercera conexión que une a los migrantes venezolanos. Es cierta la afirmación de que un venezolano lavando pocetas en Miami puede ganar más que un médico en Venezuela, pues eso es posible gracias a las asimetrías generadas por el dólar paralelo. Sin embargo, con lo que gana lavando pocetas no le sirve para vivir con estatus de médico en un país extranjero.
Las asimetrías monetarias han anarquizado los sistemas de precios al punto de pauperizar la economía interna, y ese deterioro es también causal de la migración.
No obstante, el marcador paralelo se ha vuelto también factor acelerante de la migración, pues genera los incentivos que casi ninguna actividad económica interna en Venezuela genera. La "magia cambiaria" de convertir un puñado de dólares en cantidades obscenas de bolívares reproduce un afán de lucro que germinó en la cultura cadivera venezolana. Admitamos eso como un hecho. Y de que si bien el cambio paralelo aupado por divisas que ingresan por remesas sirven para apoyar a familiares de migrantes en Venezuela, también es cierto que es un factor de oportunidad, de lucro, de "aventura" por la cual muchos están dispuestos a ir a lavar pocetas en Miami, Lima o Bogotá. Y el grupo de edad más propenso a ello es el de la juventud.
Sobre la juventud Maduro se ha pronunciado, y aunque ha aupado estrategias de generación de empleo focalizado en ese sector, la "moda" de la migración sigue consolidándose como hecho aupado por selfies en el extranjero y millones de bolívares por decenas de dólares.

¿Ocultar el fenómeno de la migración o debatirlo?

En una entrevista concedida a un entrevistador chileno, el presidente Maduro señaló que el Gobierno venezolano está estudiando la magnitud real del fenómeno migratorio y que por otro lado se generarán incentivos para el regreso de compatriotas que se han marchado. Esta actitud dista mucho de ocultar lo que sucede, por el contrario, la cuestión yace en debatirlo desde todas sus aristas, nos gusten o no algunas frases dolorosas por realistas.
Hay que deconstruir la frase de que hay "venezolanos lavando pocetas en Miami". En ella coinciden muchas variables, así es la cuestión migrante. Sobre ella se ciernen realidades y crudezas económicas, pero también subjetividades.
Y esto nos lleva a una historia final. La del señor Víctor Manuel. Quien ha sido por muchos años dueño de una mueblería en San Cristóbal. Duro opositor al chavismo. Pasó a formar parte de la migración venezolana y es otro de los 7 u 8 de cada 10 que emigran y que son antichavistas. Él es una de las razones por las cuales la MUD ya no quiere ir a elecciones.
A sus 67 años el señor Víctor Manuel migró a Boston. Sus hijas ya tenían años allá y migraron en tiempos de la bonanza de Chávez. Ya no querían estar en Venezuela, se fueron por mera subjetividad política y no por razones económicas. A Víctor Manuel nunca le ha ido mal. Aunque en los últimos años no vendía tanto como antes, seguía en el negocio y le bastaba. Pero a su esposa le cayó la crisis emocional-económica-migrante. El lenguaje de la desesperanza, la narrativa de que "ya todo está perdido" y el fatalismo la invadieron. Aupados por sus hijas, los dos viejos se fueron. A fin de cuentas Víctor Manuel se fue, porque con o sin él la señora dijo que se iría.
Entonces Víctor Manuel se fue a Boston. Allá no podrían vivir tan acomodadamente y él tuvo que buscar trabajo. A su edad y sin papeles, no tenía mucho que elegir. Lo consiguió como empleado de limpieza de un parque. Su labor era recoger excremento de perro del cesped, entre otras cosas. A los seis meses no aguantó y se devolvió. "Venezuela estará como estará, pero yo a recoger mierda de perro no me voy", fue lo que dijo.
En definitivas cuentas, la migración como decisión personal tiene muchos componentes y cada quien puede elegir su punto de vista. Habrá quienes por matemáticas cambiarias asumen que lavar pocetas es un buen negocio o estilo de vida, y quienes aún con dificultades ven a Venezuela como un espacio de oportunidades.
Hay quienes migrando bajo precarización laboral dicen estar mejor y quienes sencillamente estando fuera no comparten esa idea
Misión Verdad

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