Hace tres días el presidente colombiano Juan Manuel Santos declaró a la agencia española EFE
que, con la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), en Venezuela se ha
instaurado una "dictadura" y agregó que "no descarta" romper relaciones
con el Gobierno de Nicolás Maduro. Esto señala un escenario de
confrontación entre los dos países vecinos apuntalado, principalmente,
por Estados Unidos.
No
es ninguna novedad admitir que los actuales acuerdos de paz en Colombia
se deben a los impulsos debidos a Hugo Rafael Chávez Frías y la
capacidad de negociación del cuerpo diplomático del Gobierno
Bolivariano, sobre todo de Nicolás Maduro cuando fuera canciller de la
República. De hecho, así lo reconoció Timoleón Jiménez, alias Timochenko, el día en que firmaron los documentos el gobierno colombiano y las FARC-EP el año pasado.
Venezuela no sólo ha jugado un papel significativo en el desarrollo
de estos acuerdos, al mismo tiempo ha recibido del gobierno de Santos
una beligerancia determinada por varios factores, cuyas consecuencias
escalan hasta una tensión bilateral que pareciera tener como fin una
confrontación directa e inédita hasta los momentos entre los países
vecinos.
Detrás de esos factores se encuentra un actor de poder, heterógeneo
en su composición y homogéneo en sus fines, como lo es Estados Unidos.
La ayuda que prestó el chavismo a la disminución de la confrontación
interna entre guerrillas, paramilitarismo y Estado es colateral con
respecto a una política oficial que comienza en la tesis del Pentágono
conocida como el Arco de Inestabilidad, que comprende a nuestro país por ser uno petrolero, y tiene como expresión en suelo colombiano la Doctrina Damasco,
que reúne en una operatividad conjunta a los ejércitos de Colombia,
Chile y EEUU y la OTAN en el marco del así llamado "post-conflicto".
¿Está Colombia apuntando hacia territorio venezolano? Algunas claves
demuestran que, hasta los momentos, es así, sobre todo luego de que la
violencia antichavista local disminuye con el paso de los días y el
factor geopolítico toma mayor relevancia con la reciente Declaración de Lima.
Declaraciones e injerencia
Desde que Santos se reuniera en Washington con el presidente Donald
Trump para reafirmar la alianza bilateral, y también con Lindsey Graham,
Marco Rubio, Bob Corker y John McCain, cuatro senadores estadounidenses
que buscan ampliar las sanciones al país, sus declaraciones sobre la
situación venezolana han venido calentándose hasta el punto de
considerar al Gobierno Bolivariano de "dictadura".
Tal vez se deba a que, según el medio colombiano El Tiempo
(de la oligárquica familia Santos, precisamente), los senadores en
conjunto le ofrecieran al gobierno de Colombia "ayuda militar para
contrarrestar cualquier provocación o un posible conflicto con
Venezuela".
Complacido tras ver el apoyo bipartidista en EE UU hacia nuestro país y por su respaldo a #PazColombia #VisitaAWashington pic.twitter.com/8rkyHUsesf— Juan Manuel Santos (@JuanManSantos) 18 de mayo de 2017
Aunque la administración Santos ha tenido roces diplomáticos con
Venezuela desde que Nicolás Maduro asumió la presidencia, en momentos
álgidos de confrontación política interna ha llamado al diálogo entre el
Gobierno Bolivariano y la MUD, así como lo hiciera reiteradamente el
Jefe del Estado.
Sin embargo, con la instalación de la ANC, Santos toma una posición
de beligerancia análoga a la de los demás gobiernos tutelados como Perú y
México y declara que ese poder plenipotenciario, que desconoce oficialmente, "es la culminación de la destrucción democrática venezolana".
Además, de aquella reunión entre Santos y los nombrados senadores
estadounidenses viene esa subida de tono que periodistas en Colombia como Rafael Guarín, de la línea uribista, reclamaban de su presidente al escribir: "Tocó que Trump lo apretara".
A esto hay que añadir las declaraciones de Mike Pompeo,
actual director de la CIA, en el Foro de Seguridad auspiciado por el
Aspen Institute en Colorado, EEUU. Allí aseguró que la central de
inteligencia trabaja en conjunto con los gobiernos de Colombia y México
para generar un "cambio de régimen" (golpe de Estado) en Venezuela.
El presidente Nicolás Maduro denunció lo expresado por el jefe de la
CIA y pidió una explicación tanto a Colombia como a México. La
cancillería colombiana declaró que "Colombia jamás ha sido un país intervencionista", a pesar de lo dicho por Pompeo.
Por otro lado, las declaraciones del ministro de Hacienda de
Colombia, Mauricio Cárdenas Santamaría, desmienten lo versado por la
cancillería del gobierno que representa. Cárdenas dijo en una entrevista
que su país acompañaría las sanciones a 13 funcionarios que aplicara
EEUU en julio pasado. Y agregó que "lo primero que hacemos es ofrecer
toda nuestra colaboración (a EEUU) para tenderle un cerco desde el punto
de vista financiero" a los representantes de la institucionalidad
venezolana.
Incluso William Brownfield, ex embajador estadounidense en Venezuela y
actual secretario adjunto de Estado de Seguridad y Lucha
Antinarcóticos, anunció recientemente
posibles "problemas políticos y bilaterales" sobre posibles litigios
con respecto a los cultivos de coca, y subraya la responsabilidad de
Venezuela en lo que Colombia es ejemplo: el narcotráfico en la región.
Todo esto viene condimentado con la mediática colombiana que demoniza
y azuza constantemente lo sucedido en Venezuela y convierte al gobierno
de Santos en víctima de los "desmanes totalitarios" del chavismo.
Nada más con lo declarado, y con las acciones financieras que toma
Colombia con respecto a Venezuela, se puede prever un escenario de
confrontación política que también tiene extensiones militares con la
mencionada Doctrina Damasco, y sobre todo paramilitares con la inserción
de este tipo de contigente violento transnacional en territorio
venezolano.
Colombia, exportador de violencia mercenaria
Es público y notorio que con el Plan Colombia se instalaron siete
bases militares que izan la bandera estadounidense en suelo colombiano.
Lo que poco se comenta es la funcionalidad de esas bases, amparadas bajo
el eslógan de la "lucha contra el narcotráfico", pero que el
historiador Renán Vega Cantor no duda en señalarlas
como señuelos para controlar militarmente el territorio latinoamericano
en pro del resguardo norteamericano sobre materias primas como petróleo
y minerales.
A esto se unen los acuerdos de paz con las FARC, que brindan un
escenario de "post-conflicto" que algunos analistas han señalado de
inestable. La investigación de León Valencia señala
que con la desmovilización de la guerrilla liderada por Timoleón
Jiménez, las zonas que antes controlaba ahora están tomadas en su
mayoría por las Bacrim (bandas criminales), la mutación nominal del
paramilitarismo financiado por gamonales y jefes del narco en Colombia.
Más el aumento sistemático de los cultivos de coca. Lo que indica que
los orígenes (violentos y económicos) del conflicto en el país vecino
siguen intactos.
Estas Bacrim, como ha sido documentado,
manejan una política económica similar a las del paramilitarismo de la
era Uribe. Controlan zonas con mayor densidad de cultivos de droga,
negocios ilícitos, economías negras, e implementan estados de excepción
en las regiones controladas por ellas. Lo dicho anteriormente: son el brazo armado del neoliberalismo.
Asimismo las Bacrim han sido emparentadas con las compañías privadas de paramilitares mercenarios,
cuyos actores y funciones han sido exportados a otras latitudes del
mundo para intervenir en guerras civiles en Medio Oriente, África y Asia
meridional. Estas compañías, financiadas entre otros por el Pentágono,
también han tenido en Colombia un negocio fructífero en tiempos de
conflicto. ¿Y en el "post-conflicto"?
Un escenario en el que el ejército colombiano está entrenado en
guerra irregular, al igual que las Bacrim y las compañías mercenarias
transnacionales, y con una posible desmovilización de todas las
guerrillas en un futuro próximo para unirse a la vida política de
Colombia, podría tener otro tipo de trabajo, diferente a la
"contrainsurgencia" de los últimos 60 años.
María Fernanda Barreto en un artículo para Misión Verdad
cita las premisas de la nueva Doctrina Damasco del ejército colombiano,
que "plantea cuatro tipos de operaciones: ofensivas, defensivas, de
estabilidad y de apoyo a la autoridad civil para integrar 'sus acciones
con asociados de la acción unificada, conjunta, interagenciada y
multinacional' para enseñar a los militares colombianos a utilizar
términos y símbolos que permitan la interoperatividad 'cuyo fin es que
el ejército conduzca operaciones militares unificadas (OTU) dentro del
país y a nivel regional y mundial'".
Con la subida de tono por parte del gobierno de Juan Manuel Santos en
torno a Venezuela, parece legítima la denuncia del presidente Maduro
cuando manifestó que el ataque armado al Fuerte Paramacay (Carabobo) el
domingo 6 de agosto fue financiado desde Miami y Colombia. Este alegato no ha sido respondido (aún) por Bogotá.
Varias expediciones por parte de paramilitares colombianos en
territorio venezolano, sobre todo en las zonas fronterizas, han sido
neutralizadas por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) en los
últimos años, incluida la caída del jefe de finanzas de Los Rastrojos a principios de este año en el estado Táchira.
El Centro de Investigación de Crimen Organizado ha publicado un informe
en el que asegura que Los Rastrojos ha resurgido con mayor fuerza en
los últimos meses, coincidiendo sobre todo con los tiempos de violencia
antichavista en Venezuela.
Todos estos elementos (violencia mercenaria y paramilitar) están
unidos en un escenario en el que el gobierno de Santos toma mayor
beligerancia con respecto a Venezuela.
Ante el fracaso de la MUD para imponer su agenda, estos recursos
asimétricos se ponen a valer, ya han sido usados y podrían seguirse
empleando para desestabilizar a la ANC, lo que obligaría al Gobierno
venezolano a delegar recursos políticos y diplomáticos en función de una
confrontación promovida por el gobierno de Santos. El analista ruso-estadounidense Andrew Kowybko prevé
una posible operacion de bandera falsa del lado colombiano relacionada a
lo declarado por Brownfield hace poco: el narcotráfico en la frontera
como excusa para iniciar un conflicto entre ambas naciones.
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